Billy cuenta cómo el viernes antes de quebrar Lehman Brothers llevó una caja a la oficina por si tenía que recoger las cosas de su mesa y los cajones. «Todo se fue de las manos», recuerda. Tuvo suerte, porque conservó su puesto cuando Barclays se hizo con los restos del difunto banco de inversión, incluido el rascacielos en Times Square. Evita, sin embargo, dar el nombre completo porque firmó un acuerdo de confidencialidad que le impide contar qué pasó.

El derrumbe de Lehman Brothers, señala el estratega Ivan Martchev, fue simplemente el catalizador de la peor crisis financiera desde la Gran Depresión. Incluso si la Reserva Federal y el Tesoro hubieran salido a rescatarla, opina, se habría producido un desplome del sistema y de los mercados como el que se vivió en otoño de 2008. Lo único, añade, es que habría llevado más tiempo materializarse.

Lehman era como una venda que tapaba una herida abierta en canal y cuando se quitó empezó a desangrar a borbotones. La causa de su quiebra fue la misma que provocó que esa primavera Bear Stearns pasara a ser controlada por JPMorgan Chase a precio de saldo o que solo unas semanas antes de la quiebra obligara a inyectar liquidez en la hipotecarias Fannie Mae y Freddie Mac para calmar los ánimos.

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En solo dos días, Lehman Brothers perdió cerca la mitad de su valor bursátil, tras presentar unas cargas trimestrales por la depreciación de las carteras de deuda que ponían en riesgo su viabilidad. El banco trató de reconducir la situación diciendo que negociaba con varios compradores. Pero las discusiones no cuajaron y las dudas sobre su supervivencia no hicieron más que acelerar un desplome que no tenía fin. La Reserva Federal y el Tesoro convocaron ese fin de semana una reunión de emergencia para consultar con los banqueros de Wall Street qué se podía hacer, con más de 29.000 empleados en vilo por todo el mundo. Entre las diferentes opciones que se discutieron se propuso partir la firma en dos, para separar los activos solventes de los contaminados por hipotecas tóxicas. Al final se optó por retirarle la red de seguridad.

Lehman Brothers, abandonada a su propia suerte, se declaró en bancarrota a las siete de la mañana del 15 de septiembre de 2008. Era un lunes. Tenía 639.000 millones en activos y 613.000 millones en deudas. Nunca antes se vivió una quiebra similar y el último litigio con los acreedores se saldó hace unos meses. Un día después, el grupo británico Barclays se hacía con su negocio por 2.000 millones.

«Todo iba bien hasta que la situación dio un giro repentino», comenta Billy. Se refiere al momento en el que la burbuja en el mercado de la vivienda llegó a la presión máxima, en el verano de 2006, y empezó a mostrar los primeros síntomas de ruptura. Esa burbuja se infló a base de hipotecas. Más en concreto por obligaciones de deuda (CDO) cuyo valor se evaporó, iniciando un efecto dominó.

El boom de la vivienda en EE UU comenzó a mediados de los años 1990. Los requisitos para obtener una hipoteca era muy bajos y emergieron productos financieros que permitían conceder créditos a personas que no tenían los ingresos suficientes para devolver los préstamos.Inicialmente se les cargaba un tipo de interés muy bajo. Esa demanda contribuyó a elevar el precio de los inmuebles.

Las firmas hipotecarias buscando liquidez para alimentar la compra de vivienda, vendieron esos préstamos a los bancos de inversión. Estas firmas mezclaron la deuda solvente e insolvente en paquetes que se ofrecieron a los inversores con la máxima nota crediticia, cuando no debían tenerla. Para protegerse de futuras pérdidas, se crearon seguros para esas inversiones. Nadie esperaba que la fiesta terminara.

Hasta que los primeros compradores empezaron a faltar en masa a sus obligaciones y las aseguradoras como AIG quedaron al descubierto. Solo dos días después de la quiebra de Lehman, se produjo su rescate para evitar que todo el sistema cayera por el precipicio, Merrill Lynch fue vendido a Bank of America y Goldman Sachs y Morgan Stanley pasaron a ser bancos comerciales para recibir la asistencia de la Fed.

La cascada que comenzó en EE UU metió a los bancos centrales y gobiernos de todo el mundo en una carrera a la desesperada por rescatar a los grandes titanes de la industria. Se improvisaron sobre la marcha nuevas herramientas a ambos lados del Atlántico para sostener a la industria y sanear sus balances.

Dick Fuld, que presidía Lehman Brothers, se convirtió en el gran villano. A la lista de nombres que fueron protagonistas en ese momento de caos se le suma John Thain, que dirigía Merrill Lynch. Jamie Dimon, desde JPMorgan Chase, emergió como el gran héroe de la industria mientras Ben Bernanke, Tim Geithner y Hank Paulson trataban desde la Fed y el Tesoro de dar orden al caos.

La industria financiera fue sancionada con 321.000 millones de dólares por los abusos que llevaron a la crisis. En paralelo se adoptaron nuevas normas para contener el poder de Wall Street. Pese a ello, el sistema sigue estando controlado por un pequeño grupo de bancos de inversión que lideran JPMorgan, Citigroup, Goldman Sachs y Morgan Stanley.

Los diez principales bancos comerciales de EE UU siguen controlando la mitad de los activos, una cifra muy similar a la previa a la crisis. Las agencias de calificación crediticia Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch mantienen también se dominio en el negocio. Y algunos productos financieros complejos que se demonizaron durante la crisis vuelven a estar muy solicitados.

«Las firmas que sucumbieron espectacularmente durante la crisis», señala Martin Baily de la Brookings Institution, «eran puros bancos de inversión (Bear Stearns y Lehman Brothers) o puros prestamistas (Countrywide y Washington Mutual). Es un argumento que utiliza para afirmar que el sector financiero es ahora mucho más seguro. También cita como «crucial» los requisitos de liquidez que se exigen.

Pero también admite que la regulación y la estructura del mercado no es perfecta. La senadora Elizabeth Warren recordaba en la última comparecencia del presidente de la Fed, Jerome Powell, que todo sucedió porque los reguladores «miraron para otro lado». «Cada vez que se bajan los pantalones», dijo en referencia a la revisión de las reglas adoptadas tras la crisis, «el contribuyente paga de su bolsillo».

Powell responde que las protecciones se mantienen y señala que el mercado de la vivienda ya no es tan importante para el conjunto de la economía. Las últimas pruebas de resistencia, además, revelan que los grandes bancos cuentan con el capital para afrontar un evento similar al que siguió a Lehman. Pero ninguna crisis es idéntica y las actividades financieras, como dice Baily, migran fuera de las firmas reguladas.

Fuente: El País