En el pico de la burbuja, España consumía mucho más de lo que producía. Para financiarlo, solo en 2007 se tuvo que pedir prestado fuera unos 100.000 millones de euros. Y este endeudamiento sin precedentes podía hacerse porque había una garantía: el ladrillo. Bajo la creencia de que el precio de la vivienda siempre subiría, los españoles se endeudaron en masa con el extranjero.
Este fenómeno se vio además retroalimentado por la pérdida de competitividad: cuando entran flujos masivos de dinero y no se aumenta la producción al mismo ritmo, los precios se disparan. Y eso sucedió en España: la economía se encareció, perdió competitividad y, en consecuencia, compraba más bienes y servicios del exterior. Solo que esta vez no podía abaratarse devaluando la peseta. «Mientras que en España los precios subían un 4% y los salarios un 3,5%, en Alemania lo hacían al 1% y el 0,5%, respectivamente. La ganancia en poder adquisitivo era la misma pero los alemanes ganaban competitividad”, explica Álvaro Nadal, ministro de Energía en el Gobierno de Mariano Rajoy.
Es más: «A un productor de vino español le salía mejor vender aquí antes que en Alemania porque en España conseguía un precio mayor», recuerda el economista José Carlos Díez. Y como relata el economista Florentino Felgueroso, en ese contexto de burbuja los poco formados también lograban trabajos mejor retribuidos sobre todo en la construcción, tapando el alto fracaso escolar y el aumento de la desigualdad que ya empezaba a verse en los países avanzados.
«Los libros de economía dicen que si la demanda interna es intensa, el sector público debería echar el freno», apunta Miguel Ángel García, entonces economista de Comisiones Obreras. Pero sucedió lo contrario: desde Aznar en el 98 la política fiscal fue expansiva. “Bajar impuestos es de izquierdas”, dijo Zapatero. La ley del suelo de Aznar, la desgravación por vivienda… Se pusieron todas las condiciones para la burbuja. “La crisis en España habría sucedido de todos modos. La mecha fue Lehman; pero el barril se fue llenando de pólvora todos los años”, sostiene García.
Pese a ello los avisos no se prodigaron, ni de las instituciones nacionales ni de las internacionales. Se argumentó que se trataba de una entrada de inversión normal en una economía que convergía con los más ricos; incluso se justificó que dentro de la unión monetaria no importaban los saldos de financiación igual que no importaban entre Alabama y California. Tan solo allá por el año 2003, el Banco de España alertó de la sobrevaloración del precio de la vivienda. Pero el gobernador Jaime Caruana no hizo nada. Y las entidades continuaron elevando el crédito.
La burbuja era la gallina de los huevos de oro que nadie quería matar. Por eso, persiste el debate sobre si se podía parar la euforia. Descontada la inflación, los tipos reales eran negativos, esto es: endeudarse no tenía coste porque los intereses se pagaban con la inflación. Lo que podía parecer racional desde el punto de vista individual se convirtió en una locura colectiva. «Sucedió en toda la periferia del euro. La inflación era superior y eso hacía que la inversión se concentrase en el sur buscando rendimientos más altos», razona José Manuel Campa, exsecretario de Estado de Economía en el Ejecutivo de Zapatero.
«El déficit exterior debió haber disparado las alarmas, también de los bancos y reguladores del norte que prestaban el dinero. En tiempos de la peseta se habría devaluado con un déficit del 3% del PIB y se alcanzó el 10%», defiende Nadal. Según el Banco Internacional de Pagos, los bancos foráneos llegaron a prestar más de 750.000 millones a España.
Hasta que con la quiebra de Lehman se secó la financiación. La desaparición de los puestos de trabajo en la construcción e industrias adyacentes era inevitable. Hasta 2,1 millones se destruyeron solo en esos sectores. Sin embargo, la pérdida fue mucho mayor: hasta 3,8 millones entre el tercer trimestre de 2008 y el primer trimestre de 2014.
Y ello se debió a tres motivos: en primer lugar, la crisis empeoró en España por un reconocimiento tardío. En 2008, el G20 recomienda políticas expansivas y el Gobierno español dispone de un superávit fiscal. A toda velocidad, se articula el Plan E para intentar ocupar a los despedidos de la construcción pensando que la caída era solo coyuntural y que había margen en las cuentas públicas. Sin embargo, el diagnóstico resultó equivocado. «El superávit no era estructural. La elasticidad de los ingresos a la actividad de la construcción era muy superior a cualquier otra. Cuando se adquiere una vivienda, se tributa más que nunca, por ejemplo en una nueva hasta dos o tres veces lo que se gana solo de IVA más una serie de impuestos», explica Campa. Y añade: «Se perdieron hasta 70.000 millones de euros de recaudación, y todavía no se ha hecho la reforma que arregle ese desequilibrio del sistema tributario». Era un sistema fiscal con pies de barro basado en la burbuja.
“Si yo me pongo a repartir 500 euros, los españoles se lo gastan en móviles estadounidenses, televisores coreanos o coches alemanes. Y el estímulo se va al extranjero. Por eso el problema es siempre de competitividad. Nos endeudamos para financiar una expansión que en parte se marchó fuera”, defiende Nadal.
El descontrol de las cuentas de las Autonomías también contribuyó. Y otro tanto sucedió con las entidades, que no se recapitalizaron cuando se podía y lo hacía el resto de países. Al no haber adquirido productos financieros tóxicos y contar con colchones de capital adicionales se consideró que aguantarían mejor.
La segunda cosa que empeoró la crisis fue un mercado laboral rígido y con una alta temporalidad, que ajustaba despidiendo en lugar de recortando salarios y horas como se hizo en Alemania. “Si se hubiese adoptado en 2009 un acuerdo de moderación salarial como el de 2012 se habrían salvado no millones pero sí cientos de miles de puestos de trabajos”, lamenta Fernando Moreno, abogado especialista en relaciones laborales.
Y justo cuando se vislumbraba una cierta recuperación, se puso en duda la existencia del euro, el tercer motivo por el que empeoró la crisis y quizás el que ocasionó mayores daños: en noviembre de 2010, en el balneario francés de Deauville, la canciller Merkel y el presidente Sarkozy dejan a la periferia a los pies de los mercados anunciando que los países sobreendeudados encajarán quitas. La solución de Grecia se retrasa. Y el BCE no se plantea medidas extraordinarias hasta que Mario Draghi declara en julio de 2012 que hará todo lo que sea necesario para proteger al euro.
En tanto que no se forjó un compromiso político para respaldar el euro, las monedas que circulaban por España corrían el riesgo de convertirse en pesetas. El dinero huía. «Nos convertimos en una suerte de país emergente a merced de la disponibilidad de financiación», explica Campa. Y eso recrudeció la crisis hasta cotas no vistas desde la guerra.
Los recortes y la devaluación salarial se hacen inevitables y retroalimentan la crisis. El paro toca en el primer trimestre de 2013 el 26,94%. Se disparan los desahucios, que según algunos cálculos suman los 230.000 en la primera vivienda. Y en la calle surge el movimiento 15M.
Bajo el lema del «me cueste lo que me cueste», Zapatero logra salvar la intervención. Pero esta llegaría por el sector financiero bajo el Gobierno de Rajoy. El anuncio unilateral de incumplir el déficit, el retraso de los Presupuestos por las elecciones andaluzas y una gestión a cañonazos de Bankia debido a la negativa de Rodrigo Rato a abandonar la presidencia de la entidad sembraron la desconfianza con Bruselas. En los consejos de ministros se sucedían los viernes de dolores con medidas de ajuste. «Las empresas tienen cuatro costes: el laboral, el fiscal, el financiero y el energético. Se puede criticar que lo hiciéramos peor o mejor, pero aprobamos reformas que atajan esos cuatro costes», afirma Nadal.
En medio de la incertidumbre, con la prima de riesgo rebasando los 500 puntos, se temía que la banca pudiese acabar arrastrando al Estado. El foco se fijó en Bankia. Había que recapitalizar entidades y, aislados de los mercados, el dinero tuvo que venir de Europa. El 9 de junio de 2012, el Gobierno pidió el rescate bancario. Y Bruselas prestó 41.333 millones. Pese a no ser tan duro como el de otros países rescatados, el memorando incluyó un amplio programa de medidas macroeconómicas. «Personalmente, no estaba tan seguro de que un rescate tipo FMI pudiera funcionar en una economía grande. Pero lo hizo», confiesa un hombre de negro. «La sorpresa la da el excelente comportamiento de las exportaciones», señala Campa. Los vientos de cola de la política monetaria, el petróleo y las rebajas de impuestos dieron un impulso añadido. Desde que Draghi anunció que haría lo que fuese necesario, la prima de riesgo, que había tocado un máximo de 638 puntos, inició un camino descendente. Gracias a los programas de estímulo, ahora mismo el BCE tiene comprada casi una cuarta parte de la deuda pública española.
Una década después de Lehman, el PIB español se ha recuperado, pero las heridas siguen abiertas. La dualidad del mercado laboral no se ha corregido, el fracaso escolar ha dejado a parte de una generación poco preparada, la desigualdad mejora muy lentamente y la crisis ha generado una concentración que socava la competencia. Al taparse un problema de deuda privada disparando la deuda pública, el margen presupuestario es estrecho, máxime con una Seguridad Social cuyo gasto absorberá cada vez más recursos conforme se jubile el baby boom. Es decir, faltan reformas importantes y la capacidad de maniobra frente a próximas crisis o desaceleraciones de la economía se antoja escasa. Diez años más tarde, parece que se respondió tarde y mal y que el balance de las medidas tomadas queda incompleto.
Fuente: El País