Un mes de agosto bastante regular, con una caída de pernoctaciones de viajeros de un 0,6% respecto a 2017, parece confirmar la suave pero constante desaceleración que está sufriendo el turismo en España desde principios de año. Se trata de la primera vez que cae la ocupación hotelera en un mes de agosto desde 2012, algo que se explica por el deterioro de la afluencia de turismo extranjero, principalmente alemán, británico y francés. Las previsiones de Exceltur calculan un cierre de año con algo más de 83 millones de turistas, lo que supone solo un 2% más anual.
Las cifras que se están registrando desde enero contrastan con el boom que ha vivido la industria en los últimos cinco años. Una suerte de lustro de oro en el que España atrajo como un imán a 30 millones de nuevos turistas, cinco millones más por año, que llegaron a nuestro país en busca de sol y seguridad tras abandonar los conflictivos destinos del norte de África, convulsionados por las revueltas de la primavera árabe. La vuelta a la tranquilidad en la región, unida a una política de precios altamente competitiva y prácticamente imbatible, explica que buena parte de esos viajeros hayan recuperado sus hábitos y regresado a plazas como Egipto, Túnez o Turquía.
Desde la industria española, se resta importancia al dato y se apunta como objetivo prioritario para el sector crecer en el gasto por viajero en lugar de hacerlo en el número de turistas. Aunque apostar por una estrategia basada en la calidad de la oferta y en la atracción de un viajero con mayor poder adquisitivo parece una línea acertada, más aún cuando el futuro pasa por una explosión de turismo proveniente de Asia, la evolución de los precios vivida en el sector en los últimos años debería invitar a una reflexión. Desde finales de 2017, el precio medio de una habitación de hotel en España ha crecido casi un 22%, algo que resulta insostenible a la hora de competir no solo con las plazas del norte de África, sino con cualquier otro destino.
Aspirar a un crecimiento en el gasto por viajero exigirá mejorar y profesionalizar todavía más la oferta y afrontar una reconversión y modernización que la industria tiene pendiente. Combinar ese reto con una política de precios eficaz y razonable parece una hoja de ruta sólida para afrontar los cambios que el sector turístico deberá asumir en los próximos años. En este, como en todos los mercados, el que mueva ficha primero, ganará.
Fuente: Cinco Días