Más de 456 millones de europeos tienen una cuenta de teléfono móvil, según la Asociación GSM (GSMA); un 84% de la población. Y aunque hoy parece imposible, hubo un tiempo (no hace tanto) en el que smartphone y avión eran palabras incompatibles por ley. Preocupados sobre las posibles interacciones con los instrumentos de navegación, las autoridades aeronáuticas prohibieron terminantemente el uso de aparatos electrónicos. Cuando en 2013 se empezaron a levantar las prohibiciones, surgió una oportunidad de negocio que atrajo la atención de dos amigos de 23 años que habían estudiado juntos en el Colegio Alemán de Barcelona y que estaban haciendo prácticas en una agencia de publicidad. Casi cinco años después, Immfly, la empresa que crearon, factura 2,3 millones de euros al año y, según sus fundadores, está superando sus turbulencias iniciales para ponerse en altitud de crucero.

El cine a bordo es casi tan viejo como la aviación comercial: la primera película exhibida en el aire en Europa fue en 1925. A mediados de la década de los noventa empezaron a generalizarse los llamados sistemas de entretenimiento individual en vuelo (IFE, en sus siglas en inglés), pantallas en la parte trasera de los asientos. Pero un sistema IFE es costoso de instalar y ocupa mucho espacio en los asientos, lo que mantenía fuera del negocio a la mayoría de aerolíneas de bajo coste.

Es ahí donde entran empresas como Immfly. La instalación más básica consiste en una red de área local a la que el usuario puede acceder desde su smartphone, tableta u ordenador portátil, aunque este esté en modo avión. Así, a través de una aplicación o del navegador del dispositivo, puede acceder a contenidos similares a los de un IFE. La aerolínea gana por partida doble: no solo no tiene que pagar por los equipos de entretenimiento, sino que también puede cobrar por el acceso al servicio. “Lo que nosotros hacemos es rellenar la brecha en los términos de interacción digital con el pasajero”, explica Jimmy Martínez von Korff, uno de los fundadores de la empresa.

Y es un negocio con un inmenso potencial, y creciendo. Un estudio de la London School of Economics (patrocinado por la firma de satélites Inmarsat) estima en 30.000 millones de dólares los ingresos adicionales para las aerolíneas para 2025. OpenSky Research calcula que en 2025 habrá casi 26.000 aviones con capacidad de Internet inalámbrica, 10 veces más que 10 años antes. “Volar sigue siendo una experiencia poco digital y mejorar eso tiene muchos beneficios”, explica Martínez. “El público está cautivo y cuando se sienta en su butaca se quita de encima por un rato el estrés del aeropuerto”.

Iberia Express, Iberia Regional, Easyjet y Volotea están entre los clientes

Los inversores también se han dado cuenta. Hasta ahora, la empresa ha tenido tres rondas de financiación. Al principio contaron con la ayuda de business angels. En la última, de 2,4 millones de euros, participaron el fondo de capital riesgo de Caixabank y, según Martínez, el family office de Cementos Molins. “Nuestros inversores están muy contentos”, señala orgulloso el cofundador de la firma.

“Cuando empezamos, nos dijeron que era imposible que una empresa como la nuestra pasase todo el proceso de certificaciones, que eso era algo que solo las grandes podían hacer”, apunta Martínez. “Creo que la juventud te hace ser un poco inconsciente. Vimos tan buena oportunidad en este negocio que tiramos para delante. Quizá, si hubiéramos tenido más edad, no hubiésemos hecho lo mismo”.

Pero el que el smartphone pueda conectarse a la red no sirve para nada si no hay contenido que ofrecer. Y en un mercado tan diversificado como el europeo, con pasajeros de lugares e idiomas diferentes, no es tan sencillo. “Cuando cerramos un acuerdo con una aerolínea, antes de nada les pedimos tres o cuatro meses para buscar contenido local”, explica. “Eso es algo que las aerolíneas aprecian mucho”.

Acuerdo con Rakuten

Además, para diversificar su variedad de programas, Immfly ha llegado a un acuerdo con la japonesa Rakuten, que tras comprar la española Wuaki está intentando competir con Netflix y Amazon. “Ellos también salen ganando porque cuando el pasajero llega a casa ha tenido una experiencia de primera mano con el servicio”.

Todo el negocio depende de que los pasajeros puedan utilizar sus dispositivos a bordo, una idea que entró en crisis cuando, en 2016, un popular modelo de smartphone de la firma coreana Samsung fue prohibido en los aviones tras sufrir una serie de incendios. “Que te digan que no puedes volar con tu móvil es un riesgo, pero la tendencia en el mercado es la contraria: China ha sido la última en dar el visto bueno. El mayor problema ahora mismo es el de la batería: ya hay algunas aerolíneas que ofrecen enchufes o puertos USB en sus asientos, pero no todas, y la gente usa menos sus dispositivos si tienen que tirar de batería”.

Tras superar con éxito en abril de 2014 una prueba piloto en tres aviones de la española Iberia Express, la compañía pasó a instalar su sistema en las 22 unidades de la flota de la aerolínea, así como en Iberia Regional, también del grupo IAG. Pronto atrajeron el interés de otras compañías, pero el dinero tardó en entrar: en 2016 tuvieron un ebitda negativo de 1,2 millones de euros. “Lo malo de este negocio es que la implementación tarda bastante”, considera Martínez. “Ese fue un año muy duro porque esperábamos contratos que no se materializaron”.

Pero se materializarían. Ese mismo año firmarían con la española Volotea. Al año siguiente, el premio gordo: Easyjet, una de las mayores flotas low cost de Europa, con 120 aviones. Y en este ejercicio, las turcas Pegasus y SunExpress. Respecto a estos últimos contratos, Martínez señala que “están en euros, por lo que, en principio, no tenemos problemas de divisas”; aunque reconoce que “está el riesgo estructural”, apunta que “ambos negocios no están dando señales de debilidad, más bien todo lo contrario”.

Este ejercicio, la empresa pretende darle la vuelta al ebitda y prácticamente duplicar la facturación hasta los 4,5 millones de euros, y en 2019, ingresar por lo menos ocho millones. “Ahora, solo con los contratos que ya tenemos firmados tendremos un flujo de caja positivo.” Pero Immfly no se conforma con eso. “Queremos salir de Europa. El mercado latinoamericano es muy prometedor y queremos estar ahí. Es una expansión que podría necesitar más capital”.

No es el único desafío. Además de las redes de área local, cada vez más compañías (incluidas las de bajo coste) están haciendo planes para ofrecer conexión a Internet a sus pasajeros. Con grandes empresas compitiendo para ofrecer conexiones, el precio del wifi a bordo está bajando a pasos agigantados, y ese es un mercado donde Immfly quiere estar. “Creo que la suerte que tenemos es que nuestros competidores no son tan digitales como nosotros”, señala Martínez.

Fuente: El País