Cuando la coalición bipopulista accedió en junio al palazzoChigi —la sede romana del Gobierno—, Europa y los mercados temblaron. Los optimistas temían “algo más que turbulencias” (Josep Oliver). Los pesimistas preveían una escalada de la prima de riesgo. Goldman Sachs se horrorizaba con que superaría el listón de 250 puntos; llegó a desbordar los 340 el 19 de octubre. Muchos oteaban la tormenta.

La presentación de los borradores presupuestarios a Bruselas profetizó en otoño un déficit exagerado. Generado por un gasto en renta ciudadana y en construcción de infraestructuras no compensado, sino acompañado, agravado, por rebajas fiscales. El FMI detectó (13/11) “riesgos sustanciales a la baja” del crecimiento, que dejarían a la economía transalpina en “situación muy vulnerable”.

Aquí, algunos aprovecharon que el Tíber no pasa por Pozuelo para macerar la comparación de ambas penínsulas.

“No queremos que España se convierta en una segunda Italia”, insinuaba con intención Pablo Casado desde la cancillería de Berlín.

El presupuesto “nos hace un poquito más Italia en vez de alejarnos”, aclaraba Alberto Nadal, el secretario de Economía que acabaría alejándose, él, de su partido.

Roma perdió el pulso con Bruselas y acabó presentando un déficit para 2019 más pasable: el 2% del PIB en vez del 2,4%.

Pero las alegrías duran lo que duran. Y el cierre del ejercicio registró recesión, pues el PIB cayó dos trimestres sucesivos (el último, dos décimas; el anterior, una). Mientras que en 2017 creció un 1,6%.

La flojera del comercio mundial afectó a toda la eurozona (la región más abierta). También a Alemania, que salvó por los pelos el fantasma recesivo.

Y en enero, el FMI actualizó sus previsiones sobre 2019, declinantes para todos (salvo para España, a la que mantuvo la previsión del 2,2% de alza del PIB). Los patitos feos serían Alemania, que caería a un 1,3% (desde el 1,5%). Y sobre todo Italia, que rozaría este año el crecimiento cero (0,6%).

Frente a las responsabilidades que el palacio Chigi externalizó fuera de sus fronteras, el FMI atribuyó el mal presagio (a diferencia de lo que hacía con Berlín) a factores solo internos.

A saber, los riesgos soberano (de la enorme deuda, la segunda de la eurozona tras Grecia) y el financiero (38.000 millones de créditos bancarios dudosos no cubiertos con provisiones). Y a “las conexiones entre ambos”. Llegó, presta, como cartero que nunca deja de llamar dos veces, la crisis de la banca Carige.

Si las previsiones del Fondo aciertan, el crecimiento español triplicará largamente este año al italiano (2,2 vs 0,6). Y si afina más el BBVA con las cuentas domésticas, lo cuadruplicará (2,4 vs 0,6). No hay acoplamiento, sino desacople.

Fuente: El País