La Reserva Federal subió tipos, según lo previsto. Con el alto crecimiento, cercano al 3% del PIB, y la inflación en el entorno del objetivo perseguido del 2%, no es ilógico.

Aunque la secuencia de las alzas topará con límites: allá donde desacelere el crecimiento (¿será la barrera del 3%?). Y sobre todo, a partir de la línea en que se multipliquen los efectos colaterales dañinos del agresivo proteccionismo comercial inaugurado por Donald Trump.

Esa agresividad es también su talón de Aquiles. Las primeras subidas de aranceles empezaron a tener efectos desde abril. No parece que hayan sido buenos para los propios EE UU, ni siquiera en lo comercial. Sus exportaciones, que alcanzaron récord histórico en mayo, capotaron en junio y otras vez en julio, a razón de un 1% mensual. Y las importaciones crecieron sin interrupción desde abril, con récord histórico en julio. Así que se incrementó el déficit comercial, lo que Trump prometía rebajar.

Además, parte del crecimiento de la inflación la generan artificiosamente los aranceles. El precio de los derivados de acero aumentó hasta agosto un 18,6%.

Y el vigoroso crecimiento económico tampoco será inmune a la caída del comercio mundial provocada por las guerras trumpistas. Ya se había reducido en volumen desde el 5% de 2017 al 3% en el primer trimestre de este año —según el Economic Outlook provisional de la OCDE, 20/7—, e irá peor, pues “hay señales de que la expansión ha tocado techo”.

Por tanto, el crecimiento global empieza a desacelerarse, aun levemente: será en 2018 y 2019 del 3,7%, una y dos décimas menos, respectivamente, de lo previsto en mayo. Atención: el país de Trump no está blindado frente a este augurio: si en 2018 debe crecer un 2,9%; para 2019 se le profetiza un 2,7%.

Hay otro efecto menos visible al principio, aunque tan o más insidioso a la larga: sobre la capacidad de atracción de EE UU. La incertidumbre, y los nuevos acuerdos entre competidores sin contar con Washington (el Transpacífico, los de la UE con Canadá y Japón) prefiguran un “mundo económico post americano”, dice Adam S. Posen, presidente del Instituto Peterson (Foreign Affairs, 23/7).

Ese declive es una tendencia compartida con otros países amenazados por graves disrupciones, como el Reino Unido y Cataluña. Se detecta en la caída de la inversión extranjera directa: bajó en EEUU a 51.300 millones en el primer trimestre de este año, desde los 89.700 millones en igual período de 2017, y los 146.55 millones en 2016. A casi un tercio.

¿Hay alternativa? La hay. Las marcan precisamente los nuevos acuerdos comerciales. El de la UE con Canadá cumple un año. En ese período, las exportaciones europeas al país norteamericano han crecido un 7% (con picos, como las de la fruta, de un 29%; o el chocolate, un 34%).

También las españolas: un 18%, alimentos y bebidas (20%, el aceite de oliva); un 20%, el juguete; un 17,4%, el vino. Y un 90% las frutas y hortalizas. Eso, solo en el primer semestre de este año (datos de la Comisión Europea). Es el añejo adagio: vale más lo bueno que lo malo.

Fuente: El País