El aspecto más aterrador del drama político estadounidense no es la revelación de que el presidente haya abusado de su poder para beneficio personal. Quien no lo viera llegar desde el mismo día en que Donald Trump fue elegido es que no estaba prestando atención. No, la verdadera revelación ha sido la absoluta depravación del Partido Republicano. En esencia, todos los cargos electos o nombrados de ese partido han decidido defender a Trump dando por válidas unas teorías de las conspiración absurdas y desacreditadas. Es decir, uno de los dos grandes partidos de Estados Unidos está más allá de toda redención; teniendo esto en cuenta, es difícil ver cómo puede sobrevivir la democracia, incluso si Trump sale derrotado.

Sin embargo, la información más aterradora que he visto últimamente no guarda relación con la política, sino con la ciencia. Un nuevo informe federal concluye que el cambio climático en el Ártico se está acelerando, coincidiendo con lo que se consideraba el peor de los casos. Y hay indicios de que el calentamiento del Ártico podría estar convirtiéndose en una espiral que se refuerza a sí misma, ya que la tundra descongelada libera enormes cantidades de gases de efecto invernadero.

La subida catastrófica del nivel del mar, oleadas de calor que hacen inhabitables los principales centros de población y otros problemas parecen ahora más probables y cercanos. Pero la aterradora noticia política y la aterradora noticia climática están estrechamente relacionadas.

Después de todo, ¿por qué no ha tomado el mundo medidas contra el cambio climático, y por qué sigue sin actuar a pesar de que el peligro se hace cada vez más evidente? Naturalmente, hay muchas causas; la acción nunca iba a ser fácil.

Pero hay un factor que destaca: la oposición fanática de los republicanos estadounidenses, que son el principal partido negacionista del cambio climático en el mundo. Debido a esta oposición, Estados Unidos no solo no ha proporcionado el liderazgo que habría sido esencial para la acción mundial, sino que se ha convertido en una fuerza contraria a la misma.

Y la negación republicana del cambio climático tiene su origen en el mismo tipo de depravación que hemos visto con respecto a Trump. La negación del cambio climático es en muchos aspectos el crisol del trumpismo. Mucho antes de que empezaran a vociferar por las “noticias falsas”, los republicanos se negaban a aceptar la ciencia que contradecía sus prejuicios. Mucho antes de que empezaran a atribuir cualquier evolución negativa a las maquinaciones del “Estado profundo”, los republicanos ya insistían en que el calentamiento del planeta era un gigantesco bulo lanzado por una enorme cábala mundial de científicos corruptos. Y mucho antes de que Trump empezase a usar el poder de la presidencia como arma para obtener ventajas políticas, los republicanos ya utilizaban su poder político para acosar a los científicos del clima y, siempre que podían, criminalizar la práctica de la ciencia en sí.

Quizá no sorprenda que algunos de los responsables de estos abusos estén ahora instalados en el Gobierno de Trump. Entre ellos destaca Ken Cuccinelli, que cuando era fiscal general de Virginia se embarcó en una prolongada caza de brujas contra el científico del clima Michael Mann y ahora está en el Departamento de Seguridad Nacional, donde defiende políticas contra los inmigrantes sin preocuparse mucho, como informa The New York Times, “por las restricciones legales”.

¿Pero por qué se han convertido los republicanos en el partido de la fatalidad climática? El dinero es una parte importante de la respuesta: en el actual ciclo, los republicanos han recibido el 97% de las aportaciones de la industria del carbón y el 88% de las del petróleo y el gas. Y esto sin contar siquiera los puestos de trabajo que les ofrecen a sus miembros las instituciones financiadas por los hermanos Koch y otros magnates de los combustibles fósiles.

Sin embargo, no creo que se trate solo de dinero. Intuyo que los derechistas creen, probablemente con razón, que cualquier forma de acción pública está rodeada por una especie de efecto halo. Una vez que aceptamos que se necesitan políticas para proteger el medio ambiente, es más probable que aceptemos la idea de que deberíamos tener políticas para garantizar el acceso a la atención sanitaria, a las guarderías infantiles y demás. De modo que debe evitarse que el Estado haga algo bueno, no sea que eso legitime un programa progresista más amplio.

Así y todo, independientemente de cuáles sean los incentivos políticos a corto plazo, se necesita una clase especial de depravación para responder a esos incentivos negando hechos, asumiendo locas teorías de la conspiración y poniendo en peligro el futuro mismo de la civilización.

Por desgracia, ese tipo de depravación no solo está presente en el actual Partido Republicano, sino que ha invadido de hecho toda la institución. Antes había al menos algunos republicanos con principios; en 2008 sin ir más lejos, el senador John McCain copatrocinó una legislación seria contra el cambio climático. Pero o bien esas personas han experimentado una completa ruina moral (hola, senador Graham), o bien han dejado el partido.

Lo cierto es que ni siquiera ahora acabo de entender del todo cómo han llegado las cosas a estar tan mal. Pero la realidad está clara: los republicanos actuales son irredimibles y carecen de principios o de vergüenza. Y, como he dicho, no hay razón para creer que esto vaya a cambiar, incluso si Trump sale derrotado el próximo año.

El único modo de que puedan sobrevivir la democracia estadounidense o un planeta habitable es que el Partido Republicano en su forma actual sea desmantelado y sustituido por algo mejor a efectos prácticos, a lo mejor por un partido con el mismo nombre pero con valores completamente diferentes. Tal vez parezca un sueño imposible. Pero es la única esperanza que nos queda.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times, 2019.

Traducción de News Clips.

Fuente: El País