Los aires del caballo de la economía española han pasado del trote al paso. Crecimos con vigor tras los ajustes de la crisis y la fase alcista ciclo económico. Y ahora, resistimos con incertidumbre ante la falta de reformas y la presencia de condiciones exteriores menos favorables. La cosa, de momento, no va a peor. Así lo sugirió ayer el Banco de España en la actualización de sus proyecciones macroeconómicas. No se trota, pero se avanza. Para 2019 se sigue esperando un crecimiento del 2% a cierre de año. De ahí en adelante, pérdida progresiva de fuelle: 1,7% en 2020, 1,6% en 2021 y 1,5% en 2022.

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Hacer previsiones a más de un año vista es, hoy en día, una tarea complicada. No porque las herramientas de previsión no sean las adecuadas (tal vez sean las mejores en perspectiva histórica) sino porque el entorno es tan inusual (monetaria y geopolíticamente) como cambiante. Hay, en todo caso, una constante en la mayoría de las previsiones recientes realizadas respecto a España y otras economías occidentales (las del FMI son buen ejemplo): predecir un futuro próximo razonable y esperar un medio y largo plazo más sombrío. La razón fundamental es que el cambio a la baja en las condiciones cíclicas se ha retrasado. Y también se han demorado la subida en los tipos de interés o la delimitación de equilibrios globales como el energético o el comercial.

Con un crecimiento entre el 1,5% y el 2% para los próximos ¿qué incertidumbres surgen en España? La primera me parece de naturaleza cualitativa. Es el riesgo de que esta desaceleración se interprete de forma excesivamente negativa y dañe expectativas de gasto y de inversión. Esto se deja notar, recuerda el Banco de España, en un aumento del ahorro -algo que no es malo de por sí- pero, sobre todo, en una caída del consumo y en el «tono débil de la demanda de crédito». También hay matices algo más positivos en las nuevas proyecciones, como que el empleo crezca este año un 2% en lugar del 1,8% previsto anteriormente. Esta es una buena noticia teniendo en cuenta que gran parte de lo que estará a prueba en este escenario de menor pujanza de la actividad es si se puede seguir reduciendo el paro con tasas de crecimiento inferiores a los dos puntos. Algo que, antes de la reforma laboral, parecía complicado.

El elemento más preocupante, si todo se mantiene como hasta ahora, es el comportamiento del déficit público. Se estima que en 2019 no variará respecto a 2018 (2,5%). Que mejore en los próximos años se fía más al mantenimiento de tasas de variación del PIB razonables que a la disciplina presupuestaria. Especialmente preocupante resulta un gasto en pensiones que no está fundamentado en la sostenibilidad de su propio sistema.

Todo esto sucede en una España con una bolsa ciclotímica, en la que la relativa «aclaración» del Brexit y la reducción de las tensiones comerciales tras el cuasi secular castigo de gran parte del parqué bursátil durante mucho tiempo.

Fuente: El País