El Banco Central de Turquía ha actuado finalmente con cierta contundencia para evitar la rápida devaluación de la lira sufrida durante el último mes y medio (con pérdidas de hasta el 30% de su valor) y contener la elevada inflación (17,9% en agosto), debida al encarecimiento de las importaciones derivado a su vez de la debilidad de la moneda turca. El consejo de política monetaria del Banco Central decidió este jueves elevar la tasa de interés 625 puntos básicos, situando el índice de referencia en el 24%. Incluso prometió más. “Con el objetivo de lograr la estabilidad de precios, el Banco Central continuará utilizando todas las herramientas a su disposición”, se lee en su comunicado.
La subida está cerca de lo esperado por los inversores internacionales, que reclamaban a la institución monetaria turca medidas de calado. Y, de hecho, la lira acogió la noticia con una revalorización del 3% respecto a su cotización al cierre del día anterior.
Pero no todos están satisfechos. Apenas hora y media antes de la decisión del Banco Central, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que considera los intereses como “la madre de todos los males”, aseguró que su postura “sigue siendo la misma”. El mandatario se distanció de la postura del banco -“es independiente”- pero atribuyó la elevada inflación a las “medidas incorrectas” de la institución monetaria, como elevar los tipos. Una visión extremadamente heterodoxa ya que la mayoría de economistas creen que elevar los intereses suele ser una medida efectiva para reducir la inflación, más aún en un contexto como el turco en el que la economía está sobrecalentada (el PIB se incrementó un 7,3 % en el primer trimestre de este año y un 5,2 % en el segundo) y el crecimiento se basa mayormente en el consumo interno y el gasto público, mientras el ahorro es extremadamente bajo. Aún así, Erdogan sigue en sus trece y pidió no hacerle el juego a esos “instrumentos de explotación llamados intereses”.
En lo que sí tiene razón Erdogan es que esta subida, por sí sola no calmará las turbulentas aguas por las que navega la economía turca. Como en el cuento de Monterroso, tras la subida de intereses -van tres este año, un total de 1.000 puntos básicos- los problemas aún estaban ahí. La lira ha perdido más de un 40 % de su valor en lo que va de año, la inflación va camino de desbocarse, el déficit por cuenta corriente ha alcanzado el equivalente al 5,5 % del PIB, y no hay manera de hallar los millones de dólares necesarios para cuadrar este desfase. Es cierto que parte del deterioro de las perspectivas económicas se ha producido a raíz de un enfrentamiento -político- con la Administración Trump de EEUU, pero la principal razón es la falta de confianza de mercados e inversores hacia el Gobierno de Erdogan. Antes de su reelección el pasado junio, el presidente turco aseguró que su intención era influir más decisivamente en la economía y en la política monetaria. Y no ha faltado a su palabra: designó a su yerno, Berat Albayrak, al frente del nuevo superministerio de Hacienda y Finanzas, modificó los estatutos de los miembros del Banco Central y, esta misma semana, se nombró él mismo presidente del fondo soberano de Turquía porque no le gustaba cómo lo estaba manejando su hasta entonces director.
La desconfianza ha llevado a una huida del capital invertido en Turquía, lo que ha hundido aún más la lira. Esto ha puesto en serios aprietos a las empresas turcas que, en su momento, contrataron créditos en euros y dólares aprovechando los bajos intereses de la Eurozona y la Reserva Federal, lo que extiende el miedo a la insolvencia. “No sería una sorpresa que las empresas (energéticas) declararan la bancarrota una tras otra. Muchas están en una situación crítica y tienen prisa por reestructurar”, confesó un directivo turco esta semana a la agencia Reuters.
Grandes empresas turcas como Yildiz, Otas o Türk Telekom, han pedido a sus acreedores reestructurar sus deudas. De hecho, la reestructuración de Türk Telekom le costará 1.000 millones de dólares a Garanti, el banco controlado por BBVA, que asumirá a cambio parte del paquete accionarial de la empresa de telecomunicaciones.
En el banco español, la gestión de la economía turca inquieta. No en vano, este miércoles, el presidente de BBVA, Francisco González, se reunió durante hora y media a puerta cerrada con Erdogan y su ministro de Finanzas para transmitirles sus preocupaciones.
Fuente: El País