Son diez breves apuntes acerca de cómo interpretamos la presencia cada vez más penetrante, a la vez que envolvente, de la tecnología y cómo puede influir en nuestra actitud ante ella, desde la confianza hasta el rechazo.

Después de la entrega de los cinco primeros apuntes, se completa a continuación este esbozo de la mentalidad en un mundo trastocado por el fenómeno tecnológico. Aquí tienes la primera entrega

6. Somos compradores y usuarios de un sinfín de artefactos, a la vez que la tecnología invisible (que es la mayor parte) nos sostiene, y, sin embargo, ignoramos el inmenso conocimiento acumulado que hasta el aparato más sencillo contiene. De manera que entramos en la contradicción de que se está creando en esta sociedad que quiere ser sociedad del conocimiento una profunda brecha debida a una nueva forma de ignorancia. Ya no somos feligreses practicantes piadosos de la liturgia de unas verdades teológicas inalcanzables, sino usuarios entregados de unas cajas negras y herméticas, incomprensibles también, que es como se nos presenta la tecnología. Y la ignorancia en cualquier caso genera supersticiones, que en nuestro mundo tecnológico son, entre otras manifestaciones, la seudociencia, los rechazos luditas, el mesianismo tecnológico… La educación debería intervenir decididamente en la formación cultural y no solo profesional para esta sociedad tecnológica.

La educación debería intervenir decididamente en la formación cultural y no solo profesional para esta sociedad tecnológica.

7. Sí, es paradójico: cierto que la tecnología agudiza la desigualdad ya existente en el mundo, pero no se puede prescindir de ella si queremos superar esa desigualdad. Y es que la tecnología es una fenomenal palanca que, bien elegido su punto de aplicación, puede remover el mundo. Pero en el otro extremo de la palanca, en el otro brazo, está la lucha por el poder que proporciona a quien la sujeta. Por eso cualquier reticencia por hacerse con ese extremo de la palanca deja el camino libre a los poderes de siempre. Nada les conviene más que este escrúpulo que aleja a sus críticos de tan poderoso instrumento de transformación. Se piensa también que la tecnología nace con el pecado original de que sus impulsores son en muchas ocasiones las guerras y la industria militar, los poderes económicos y las ambiciones de dominación; ciertamente que es así, pero los logros del ingenio humano que hay en cada desarrollo no quedan irremediablemente contaminados por los fines que los promovieron, sin que eso signifique aprobarlos y aceptarlos como inevitables. Entender la tecnología es el primer paso para su apropiación.

8. ¿La tecnología deshumaniza? Debajo de esta cuestión está la dicotomía natural/artificial que tanto cuesta resolver. Seguimos sin entender bien qué hace entre nosotros, en la naturaleza, esta aparición extraña, disonante, que la clasificamos en una casilla aparte que llamamos artificial. La interpretamos como una adherencia, de la que ya no podemos prescindir (ni tampoco en ningún momento anterior de nuestra existencia), pero que en muchos casos (más de los que desearíamos) enturbia nuestra naturaleza prístina. Se nos hace difícil integrar los artefactos —que no hemos dejado de elaborar, y actualmente con una dedicación explosiva— en el proceso general evolutivo del que ha salido nuestra naturaleza humana, y que no se ha detenido, así que a nuestros ojos lo artificial continuamente colisiona con ella: la mixtifica, la degrada… Pero cualquier artefacto, por sencillo que sea, contiene, igual que una célula el genoma, un fabuloso paquete de información sobre el conocimiento que lo ha hecho posible. De manera que un observador extraterrestre podría extraerlo y leerlo, como el paleontólogo hace con el ADN en el fósil. El misterio de la vida continúa en los artefactos.

9. Si el problema fuera la velocidad, la perturbación no sería tan grande. Pero lo que estamos sintiendo es la aceleración. En la evolución se producen estos estallidos que precipitan transformaciones muy rápidas seguidos de cambios a un ritmo más sosegado. Y ahora estamos en una de estas expansiones tan intensas. Si se marcha a gran velocidad las cosas pasan rápidamente, como el paisaje desde una ventanilla; pero la experiencia de estar sometidos a una fuerte aceleración es distinta, pues lo que hasta el momento se presentaba consistente y bien encajado vibra desordenadamente, y todo se desquicia. Esa impresión de inseguridad, por el brusco cambio de estado, es lo que estamos viviendo hoy; nada donde asirnos parece suficientemente firme ante este traqueteo. En esta incomodidad estamos ahora. No sabemos tampoco cuándo se alcanzará la velocidad de crucero.

10. Si resulta difícil reconocer lo nuevo, lo que acaba de llegar, más difícil es imaginar lo por venir. Aceptamos —muchas veces sin el debido asombro— que una especie animal como la nuestra haya tejido, en poco tiempo, un ecosistema artificial tan imponente, pero nos cuesta aceptar que podamos seguir sorprendiéndonos de la arriesgada capacidad de transformación del mundo que tiene el ser humano. En cada apeadero en el que nos detenemos creemos que es la estación terminal, a pesar del largo viaje que estamos haciendo…, o quizá por eso. 

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

En cada apeadero en el que nos detenemos creemos que es la estación terminal, a pesar del largo viaje que estamos haciendo…, o quizá por eso.

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

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Fuente: El País