Desde el aire, la provincia china de Guangdong es un mosaico de chapa azul y blanca. Por alguna razón, esos son los colores que escogen las fábricas para los tejados de los pabellones que cubren gran parte de este centro manufacturero mundial. Es un océano industrial que refleja el milagro económico de la segunda potencia mundial. Por su parte, Shenzhen, una megalópolis de diez millones de habitantes levantada en 30 años sobre un pequeño puerto pesquero, hace honor a su apodo de ‘Silicon Valley de China’. Pero con una diferencia importante: aquí no solo se diseñan los aparatos electrónicos que luego se comercializan por todo el mundo; también se fabrican.

Ese binomio es lo que ha convertido a Shenzhen en la punta de lanza del ambicioso -y controvertido- proyecto ‘Made in China 2025’, diseñado por el presidente Xi Jinping para garantizar que el desarrollo del país que capitanea se mantenga una vez que la mayoría de la población haya accedido a la clase media. Es el salto cualitativo que el país más poblado del mundo necesita para continuar enriqueciéndose después de que la mano de obra barata deje de ser un aliciente para producir en China. Porque ‘la fábrica del mundo’ ya no es la del ‘todo a cien’.

En el país se gradúan ya cinco veces más estudiantes STEM (acrónimo en inglés de Ciencias, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas) que en Estados Unidos, y este año UBS prevé que China supere a la superpotencia americana en inversión en I+D+i. “Tras la crisis global y con el motor de las exportaciones tambaleándose, los dirigentes chinos comprendieron que no pueden continuar basando el crecimiento en el comercio exterior”, explica Pedro Nueno, presidente de honor de la China-Europe International Business School (CEIBS). “Son conscientes de que el futuro del país pasa por el desarrollo de su inmenso mercado doméstico y del consumo interno, así como por una apuesta decidida por la innovación”, añade.

El objetivo que marcan diferentes campañas gubernamentales es sustituir el ‘Hecho en China’ por un nuevo ‘Creado en China’. Y en Shenzhen se dan las condiciones idóneas para la concentración de gigantes tecnológicos como Tencent o DJI, y para la creación de pujantes ‘start-ups’: la ciudad concentra una gran masa de capital, tanto financiero como humano, y ofrece todo tipo de incentivos para la implantación de empresas de la ‘nueva economía’. Además, el dinamismo que le proporciona su juventud y la ambición global de una población cada vez más cosmopolita distancian a Shenzhen de otros polos económicos como la cercana Guangzhou, Shanghái, o el área de Tianjin.

Aunque muchas empresas ejemplifican esta profunda transformación del modelo económico chino, pocas lo abanderan mejor que OnePlus. El fabricante de ‘smartphones’ del grupo BBK -en el que se integran sus hermanos mayores OPPO y Vivo-, nació hace cuatro años con un equipo tan joven como heterogéneo en su origen. Rompió moldes con su primer teléfono móvil, el One, y ha continuado cosechando éxitos en una abrumadora trayectoria ascendente. Ayer presentó en Nueva York su último terminal, el 6T, y todo apunta a que, como ha sucedido con sus predecesores, se venderá mucho más fuera de China que en su propio territorio, donde apenas cuenta con una cuota de mercado marginal.

A diferencia de otras empresas que han esperado a contar con gran fortaleza en el gigante asiático para salir al mundo, OnePlus ha visto desde el principio la oportunidad de negocio que ofrece el resto del planeta. Y eso es algo que se nota en sus oficinas, donde trabajadores de diferentes nacionalidades diseñan carcasas, escriben código, y preparan materiales promocionales en idiomas que cuesta identificar.

“Cada año lanzamos un nuevo buque insignia -es una de las marcas con el catálogo más reducido- pero queremos continuar innovando, de forma que siempre que alguien adquiera un OnePlus sea el mejor terminal posible. Con los modelos T, queremos llevar la mejor tecnología a nuestros clientes”, explica uno de los cofundadores de la empresa, Carl Pei. Como hacen también Xiaomi o Meizu, OnePlus se abre camino por todo el mundo ofreciendo la mejor relación calidad-precio del mercado. “Una óptima combinación de materiales, ‘software’, y diseño debe acompañar a un precio justo”, sentencia Pei.

Otro de los elementos diferenciadores es su política de comunicación. A diferencia de la opacidad que caracteriza a multinacionales más tradicionales, como Huawei -o Apple al otro lado del Pacífico-, OnePlus incluso accede a una petición que suele ser rechazada por defecto en la mayoría de empresas tecnológicas: visitar la fábrica para documentar el proceso de fabricación de sus productos. Con las únicas limitaciones de restringir la toma de imágenes a las líneas en las que se ensambla el nuevo 6T -en otras toman forma varios modelos de OPPO- y de no publicar este artículo antes de la presentación del móvil, EL PAÍS RETINA ha seguido en total libertad el proceso de producción del teléfono.

El pabellón industrial en el que se lleva a cabo se encuentra en uno de los parques tecnológicos de la localidad fabril de Dongguan, cuyos habitantes han hecho de las batas y gorros antiestáticos azules su indumentaria más habitual. Es uno de esos anodinos edificios rectangulares que, desde el suelo, esconden los tejados azules que se divisan a vista de pájaro. En sus cuatro plantas trabajan varios miles de personas, sobre todo jóvenes procedentes de los cuatro puntos cardinales del país.

En el interior trabaja un ejército enfrascado sin descanso en una tarea tediosa. En una cadena de montaje, los empleados hacen el mismo gesto miles de veces. De ahí que, rápidamente, estén siendo sustituidos por robots que hacen presión para que la sociedad apueste por invertir en formación. En cualquier caso, los abusos que eran habituales hace quince años, y que este periodista pudo comprobar en multitud de ocasiones, son ahora la excepción: la fábrica de OnePlus es moderna y limpia, cuenta con las medidas de seguridad estándar, cumple con la normativa laboral vigente, y paga a sus empleados notablemente por encima de los 1.720 yuanes (215 euros) del salario mínimo de Dongguan, una ciudad en la que la renta media ha superado ya los 6.000 yuanes (750 euros).

Los dormitorios para trabajadores, situados en los alrededores, también se adivinan muy diferentes a los barracones en los que solían vivir hacinados. “El aumento de oportunidades laborales a nivel nacional y, sobre todo, en las zonas del interior de China, ha hecho que cada vez sea más difícil y caro reclutar mano de obra en la costa este. Además, las protestas para obtener mejoras salariales son ya habituales. Así que las empresas compiten ofreciendo mejores condiciones laborales”, explica el profesor de Economía de CEIBS Xu Bin.

Eso sí, hay peculiaridades que llaman la atención. Por ejemplo, tras la comida, los empleados tienen derecho a una siesta de 15 minutos. Lo que en términos del diccionario empresarial ‘pijo-cool’ sería una ‘power nap’. Las líneas se detienen y, como por arte de magia, los trabajadores se quedan dormidos en sus propios puestos. Un periodista sin escrúpulos no tendría ningún inconveniente en vender estas imágenes como trabajadores exhaustos que caen rendidos tras maratonianas jornadas de explotación. Y así ha sucedido en alguna ocasión.

Lo cierto es que, como explica uno de los responsables de la fábrica, “la siesta aumenta el rendimiento de los empleados y mejora su estado de ánimo”. Solo una joven coqueta se resiste a echar una cabezada mientras cabe la posibilidad de que la retraten de esta posición, pero Morfeo acaba convenciéndola. Eso sí, apenas agacha la cabeza cinco minutos antes de que suene la sirena que despierta a los trabajadores. Sorprende que su reincorporación es tan rápida como la velocidad a la que se duermen.

Los cuerpos metálicos del OnePlus 6T se van llenando de componentes en cada puesto: el procesador, los módulos de las cámaras, el sensor de huellas bajo la pantalla que se ha convertido en uno de los principales reclamos comerciales del móvil, las antenas, la pantalla con la ceja en forma de gota de agua que tarda cuatro horas en quedar completamente ensamblada, el sistema operativo que se ‘inyecta’ a través de baterías de claves, y todos los componentes que van en la caja y cuya presencia confirma el último empleado de la cadena pesando cada móvil ya empaquetado. Sin duda, es fascinante ver cómo se fabrican los elementos cotidianos de nuestra vida.

Los empleados apenas se dirigen la palabra entre sí cuando hay una cámara cerca. Pero el teleobjetivo sí que capta conversaciones furtivas, sonrisas cómplices, e incluso divertidos saludos a la cámara que ha sido descubierta. Sin duda, nada que ver con las draconianas medidas que eran habituales antes y que siguen implantadas en algunas fábricas. Eso sí, las medidas de seguridad son muy estrictas: todos los empleados pasan por un arco de metales y son cacheados después de cada turno para comprobar que no han robado, y tanto un escudo antidisturbios como un casco de Policía en la entrada a las líneas de montaje recuerdan que aquí las protestas se acallan a palos. Porque una cosa es bienestar económico y otra muy diferente son libertades individuales.

Fuente: El País