Si al ciudadano de a pie se le preguntara por el sector del automóvil, vendrían a su cabeza con seguridad unos pocos nombres de los iniciadores y grandes capitanes de esta industria de las industrias. También, en los tiempos de cambio e innovación disruptiva que hoy vive el sector, será fácil ampliar la lista con gurús emergentes, directivos estrella y cuasi celebrities que prometen entregar la llave de un mundo futuro con coches autoconducidos, eléctricos e inteligentes y hasta voladores.

Pero lo cierto es que el sector del automóvil ha sido históricamente uno de los mayores viveros de grandes ejecutivos, hombres de empresa capaces de innovar, reestructurar y reinventar continuamente una industria única y capaz de crear, mejorar y hacer accesible globalmente un producto increíble y sin el cual probablemente no podría entenderse la vida moderna. Sergio Marchionne, fallecido esta semana en Zúrich a la edad de 66 años, fue sin duda uno de ellos.

Si en junio de 2004, cuando Marchionne accedió a la máxima dirección del grupo Fiat, alguien se hubiera aventurado a afirmar que algún día la entonces maltrecha empresa italiana adquiriría a su rival estadounidense Chrysler, probablemente las carcajadas se habrían oído más allá de Turín. En aquellos años, nadie habría dado un céntimo por una empresa prácticamente quebrada, industrialmente caótica y comercialmente desfasada.

Con un futuro incierto en manos de sus acreedores, el otrora gran buque insignia de la industria automovilística italiana hacía aguas por los cuatro costados, destinado a tener que escoger entre venderse a pedazos, o ser adquirida por su rival General Motors. En Estados Unidos, años de errores acumulados y un pobre producto habían hecho que fuera común para muchos referirse a Fiat con la expresión Fix It Again Tony (repáralo otra vez Tony), en lugar de la Fabbrica Ialiana Automobili Torino al que hace referencia el acrónimo de la marca. Para muchas generaciones de baby-boomers americanos, Fiat era poco más que un chiste.

Chrysler en cambio era todavía una de las grandes joyas de la industria americana, marca icónica y miembro destacado del club de las Detroit Big Three y heredera de la tradición directiva de ejecutivos de la talla legendaria de Iacocca. A pocos debió sorprender que fuera Chrysler la novia escogida por Daimler en 1998 para un matrimonio entre iguales, en lo que se anunció como una de las mayores fusiones de la historia entre fabricantes de automóviles.

Pocos años más tarde, en 2005 y en medio de la mayor crisis de la industria del automóvil americana, Chrysler se debatía entre la vida y la muerte, después de una etapa confusa en la que en poco tiempo las pérdidas acumuladas forzaron a Daimler a desprenderse de su participación en el grupo, que aún así no consiguió superar su crítica situación. En ese contexto y con el apoyo de la administración Obama, Marchionne supo crear la oportunidad para que Fiat asumiera un éxito sin precedentes donde otros grandes actores habían fracasado.

Probablemente nadie habría dado demasiado hace 14 años por aquel outsider relativamente desconocido e inexperto en el sector, a pesar de su brillante trayectoria previa. Italiano de nacimiento, canadiense de adopción, Marchionne desarrolló una rápida carrera en el ámbito empresarial, ocupando diversas posiciones en diferentes grupos. Sus mayores logros, no obstante, los obtuvo a las órdenes del grupo propiedad de la familia Agnelli, al que llegó en su momento más crítico tras un paso por la certificadora SGS.

Sergio Marchionne consiguió no solo reflotar al gran buque insignia de la industria italiana, sino que en poco más de una década lo convirtió en uno de los grandes del sector. En solo un año fue capaz de deshacer el acuerdo con GM, consiguiendo que la compañía norteamericana abonara 1.500 millones de dólares por renunciar a su opción de compra sobre Fiat y convirtiéndolo en la primera piedra de un largo camino hacia la excelencia. Sin duda uno de los grandes éxitos de Marchionne fue la toma de control y posterior reestructuración de Chrysler para crear el gran grupo que es hoy FCA.

Por ironías del destino, el ejecutivo desconocido y sin experiencia de una Fix It Again Tony agonizante, terminó adquiriendo a precio simbólico y en situación de rescate financiero a la leyenda del sector del automóvil americano. Sus logros en esta etapa contribuyeron a afianzar su prestigio como ejecutivo, su clarividencia estratégica y su amplia capacidad y tenacidad como reflotador de compañías.

Con inteligencia, audacia y una gran capacidad de liderazgo, en diez años consiguió que el valor del conglomerado empresarial Fiat se multiplicara casi por diez, superando a algunos de sus mayores rivales y creando un grupo empresarial diversificado, tecnológicamente autosuficiente y global. FCA es en la actualidad el séptimo fabricante de automóviles del mundo, una empresa saneada con más de 15.000 millones de euros de beneficio acumulado y dueño de algunas de las marcas más reconocidas del sector.

Parte del éxito de Marchionne se debió probablemente a su forma de ser. Quienes le conocieron le consideraban un directivo directo y claro, con una personalidad fuerte, orientado a resultados y poco tolerante con las excusas. Como pocos era capaz de afrontar jornadas de trabajo maratonianas de forma incansable. A la vez, desarrolló un estilo personal informal, ocurrente y cercano –era famoso por sus suéteres negros y su aversión a las corbatas– más propio de las startups actuales que de la cultura cerrada y endogámica habitual en el sector.

Cuestionaba lo establecido y fue sin lugar a dudas un hombre de empresa, poco amante de políticas o favoritismos y con una prioridad clara en conseguir el éxito de su grupo empresarial.
Con la pérdida de Marchionne, Fiat pierde a un directivo excepcional y una figura irrepetible. El sector del automóvil dice adiós a una leyenda.

Pedro Nueno es socio director de Interben Consulting

Fuente: Cinco Días