Vagar por un desierto no garantiza alcanzar la tierra prometida. Miles de startup recorren ese camino todos los años para terminar pereciendo. Casi todas deslizan entre sus objetivos el compromiso social, pero la mayoría persiguen el becerro de oro del dinero. WeWork, la startup de mayor crecimiento de Nueva York, no es una excepción. Sin embargo, tanto su brillo como su oscuridad son diferentes. Está valorada en 20.000 millones de dólares (17.300 millones de euros). En esa moneda mitológica que utiliza esta industria valdría 20 unicornios. Cada animal representa 1.000 millones. Un sueño que ha dejado atrás. Ya se encuentra entre las cinco empresas no cotizadas más valoradas de Estados Unidos junto a Uber, Airbnb, Palantir Tech­nologies y Space X.

Y todo en ocho años y a partir del negocio de compartir espacios de trabajo. Maneja 280 localizaciones, 268.000 miembros y más de 1,3 millones de metros cuadrados de oficinas. Pero sus fundadores, Adam Neumann, de 39 años, y Miguel McKelvey, de 43 años, tienen una ambición inmensa. Quieren cambiar, nada menos, que la forma en la que trabajamos, vivimos y disfrutamos; quieren transformar el mundo.

El comienzo de ese cambio se inicia en el espacio de trabajo. Las oficinas huelen a café y pan reciente mientras la luz pasa por los grandes ventanales que WeWork tiene en el número 43 del paseo de la Castellana de Madrid. Suyas son siete plantas alquiladas. El interior está decorado con infinidad de plantas, que ayudan, dicen, a conectar con la naturaleza; materiales y colores claros, mamparas de cristal, futbolines, una cocina compartida y un club de desayuno que se llama Thank God it’s Monday (Gracias a Dios, es lunes). Y por todas partes se repite un eslogan motivacional: Always Do What You Love (Hacer siempre lo que uno ama). La puerta abierta a un deseo. “Nuestro objetivo es crear un mundo donde la gente trabaje para tener una vida, no solo para ganársela”, apunta Audrey Barbier-Litvak, directora general para Francia y el sur de Europa de WeWork.

El grupo maneja 280 localizaciones, 268.000 miembros y 1,3 millones de metros cuadrados

La base de esta propuesta orbita alrededor del concepto de comunidad. Ese es el reto. “No se trata de tener mesas y llenarlas”, aclara Vanessa Sans, experta en diseñar coworking, sino de tejer una red de miembros. Personas creativas que compartan conocimientos o emprendan juntos. Unir la línea de puntos del factor humano. Mezclar memoria y talento. Y, a veces, deseo. “Aquí también se liga”, admite Marta Rocamora, de 28 años, responsable en la Comunidad de Madrid. Al fin y al cabo, como reconocía Adam Neumann en una entrevista reciente, la forma de transformar el mundo es “juntar personas. ¿Y dónde está el lugar más grande y sencillo para hacerlo? En el entorno de trabajo”.

Puede parecer una aproximación simplista, y un negocio que existe desde hace décadas, pero Neumann y McKelvey afinan como el flautista de Hamelín. La empresa se ha expandido a más de 20 países y a finales de año prevé tener 400 centros y 400.000 miembros. Y ha convencido a Santander, Siemens, HSBC o JP Morgan Chase para que se sienten en sus coworking. Estos gigantes buscan “contaminarse” del sentimiento emprendedor que exhalan las oficinas compartidas. Y WeWork lo aprovecha. “Este segmento de negocio ha crecido un 210% entre junio de 2017 y el mismo mes de este año”, revela Barbier-Litvak. Al terminar el ejercicio, la compañía, según The New York Times, espera ingresar 2.300 millones de dólares (1.990 millones de euros). “Ya es el mayor propietario de oficinas del centro de Londres”, dice Sergio Puente, analista de XTB.

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Es una visión de 360 grados del negocio, la realidad y la vida. La firma habla a esta nueva generación de nómadas digitales de la economía de los pequeños encargos y les ofrece apartamentos en WeLive, pero también gimnasios (Rise). Además, ha adquirido la red social Meetup (facilita reuniones personales) y la escuela de programación Flatiron. Y este mes abrirá WeGrow, su proyecto más ambicioso. Una guardería que revelará si están volando demasiado cerca del sol. Porque nada tiene que ver alquilar espacios con educar a niños, como si fueran “emprendedores naturales”, y cobrar 36.000 dólares al año (31.100 euros). El proyecto es el empeño de Rebekah Paltrow, de 40 años, mujer de Adam Neumann y prima de Gwyneth Paltrow.

Pero mientras se expande, su modelo de negocio plantea dudas. Muchos de sus críticos advierten de que la base de todo es la intermediación inmobiliaria. No es un unicornio tecnológico de Silicon Valley. Arriendan el espacio al propietario y lo subarriendan a los inquilinos. Puro ladrillo. Además, puede ser devorada por su propio éxito. Cada vez surgen más compañías que replican su modelo. Y, como muchas startup, su balance está bañado en rojo. Según Financial Times, la empresa ingresó el año pasado 886 millones de dólares y sufrió unas pérdidas netas de 883 millones. “Pueden permitirse perder dinero, quizá parezca un negocio inmobiliario, pero están tan financiados como una empresa tecnológica y pueden apostar salvajemente por el ciclo”, dice el emprendedor Luis Martín Cabiedes.

Fuertes inversiones

Hay liquidez y hay actividad. El año pasado, recuerda Giles Alston, experto de Oxford Analytica, compraron el icónico edificio de los almacenes Lord & Taylor en la Quinta Avenida de Nueva York para convertirlo en sus cuarteles generales. Y Masayoshi Son, el multimillonario que lidera el grupo tecnológico japonés SoftBank, ha invertido 4.400 millones de dólares (3.800 millones de euros) en la compañía. Un dinero que ha revolucionado la lógica del sector. IWG, una empresa que cotiza en Bolsa y que tiene más miembros e inmuebles que WeWork, está valorada en solo 2.700 millones. Unas siete veces menos.

Pero la capacidad de seducción de Neumann —nació en Israel y se crió durante un tiempo en un kibutz— resulta inmensa. Walter Isaacson, biógrafo de Steve Jobs, Albert Einstein, Benjamin Franklin y Leonardo da Vinci, quien es, además, su amigo, afirma que comparte algunas de las virtudes de estos genios. “Tiene la visión y la pasión de Jobs. Se preocupa profundamente por lo que hace y cómo eso sirve para conectar a otros seres humanos”, sostiene Isaacson por correo electrónico. “Pero que nadie se equivoque, WeWork no vende espacio, sino orgullo de pertenencia”, defiende Guzmán de Yarza Blache, responsable de Workplace Strategy para Europa, Oriente Medio y África (EMEA) de la consultora JJL. Orgullo de formar parte de la WeGeneration. La reivindicación del “nosotros” frente al “yo”.El éxito de vivir a la altura de los pronombres.

Fuente: El País