La imposición de aranceles sobre exportaciones chinas por valor de 34.000 millones de dólares es una escalada en la batalla comercial que libra Trump. En junio el presidente se decidió después de varias prórrogas a aplicar aranceles de 25% sobre la importación de acero y 10% sobre el aluminio procedentes de China, la Unión Europea, Canadá, México y Japón. Con la excepción de Canadá, que suministra 16% del acero importado por EEUU, dichas medidas afectan a volúmenes de comercio pequeños. Pero el 80% de los economistas preguntados en un sondeo de Reuters consideran que los aranceles sobre el acero serán perjudiciales para EE UU. Un estudio prevé que provocarán la pérdida de 146.000 empleos entre las empresas –con 13 millones de empleados– para las cuales el acero importado es un insumo.

Los países afectados a su vez incrementaron aranceles de exportaciones de EEUU por un valor parecido. La UE elevó aranceles por un valor de 3.000 millones de dólares sobre tejanos Levi’s, whisky, motocicletas Harley-Davidson, lavadoras, ropa, cosméticos y productos alimentarios. México, Canadá y China también combinaron la inclusión de acero, electrodomésticos, productos de electrónica y alimentarios (soja, maíz, manzanas, queso, whisky) en sus aumentos de aranceles a exportaciones de EE UU. Trump además exige posturas maximalistas a sus negociadores que intentan renovar NAFTA, un acuerdo del que dependen 14 millones de empleos en EEUU y cuyos socios absorben una tercera parte de todas las exportaciones estadounidenses. Las cámaras de comercio y 45 asociaciones empresariales y de agricultores en EEUU apremian al presidente a dirimir el contencioso con China a través de la OMC y mediante una acción concertada con la UE, que comparte las quejas sobre las transferencias forzadas de tecnología de la segunda economía mundial. Escenificado el aislamiento de Trump en las cumbres del G7 y de la OTAN, ¿cómo se explica que el presidente redoble su apuesta proteccionista con los nuevos aranceles? Trump cree que se puede permitir las escaramuzas por la solidez de la economía. El paro más reducido en 18 años (4%), un crecimiento del PIB del 2,3% en 2017 que podría alcanzar 2,8% este año después de registrar un ascenso a nivel anual del 4,7% en el segundo trimestre, incrementos salariales y la reducción de impuestos aprobada en diciembre conforman un cuadro macroeconómico muy favorable.

A pesar de la volatilidad, el índice Dow Jones ha subido un 34% desde la elección de Trump y alcanza 24.924 puntos, cerca del récord histórico de enero. Trump también se la juega porque los sondeos repetidamente confirman que un 40% del electorado aprueba su gestión, porcentaje que asciende al 80% entre los votantes republicanos. Los líderes republicanos en líneas generales evitan criticar al presidente por temor a incurrir en la ira de sus incondicionales. Aunque Trump tiene poco interés por los detalles de sus políticas y afirmó que es fácil ganar guerras comerciales, es conocedor del efecto que puede provocar su segunda ronda de aranceles. Harley-Davidson decidió trasladar parte de su producción fuera de EEUU porque el precio medio de sus motocicletas aumentaría en 2200 dólares debido al arancel sobre el acero. La reciente imposición de aranceles del 35% a importaciones chinas de calzado y ropa y del 20% a muebles provocará que la instalación de paneles solares chinos sea entre 500 y 1000 dólares más cara. Y Trump alega que los aranceles chinos sobre 12.000 millones de exportaciones de soja no son la causa de la disminución de su precio al nivel más bajo en diez años.

La confianza del equipo del presidente también se fundamenta en la aparentemente mayor vulnerabilidad china: el índice bursátil de Shanghai ha descendido un 18% desde el inicio de 2018 y el yuan se ha devaluado un 5% frente al dólar en el último trimestre. El influyente economista en jefe de Allianz, Mohamed El-Arian, afirma que EEUU ganará la guerra comercial. Pero Pekín baraja no solamente responder con más aranceles, sino también medidas como restringir el turismo americano, aplicar más regulaciones a inversores de EEUU, dejar que exportaciones languidezcan en los puertos durante días e incluso vender deuda de EEUU. La vulnerabilidad china es muy relativa.

El stock de inversión de empresas de EEUU en la segunda economía mundial asciende a 250.000 millones de dólares, y la aportación al PIB de las exportaciones chinas a EEUU disminuyó del 10% en 2008 a solo 4% en 2017. Se calcula que los aranceles de 34.000 millones dólares solo restarán 0,1 puntos al PIB chino en 2018. Los aranceles adicionales sobre China por valor de 300.000 millones de dólares que estudia Washington suponen casi la mitad del comercio bilateral en 2017, pero una fracción del total de exportaciones chinas de 2,2 billones. Pero la imagen de una China dependiente de las exportaciones está desfasada, ya que la exportaciones netas contribuyen sólo un 2% a la renta nacional. China además está reorientando parte de su comercio. La pregunta del trillón es si las pérdidas de los agricultores, empresas y precios más altos que pagarán los consumidores en EEUU serán de suficiente magnitud en los próximos cuatro meses, provocando una posible pérdida de la mayoría republicana en la Cámara de Representantes. Aunque a Trump le salga bien la apuesta a corto plazo, la apreciación del dólar y el incremento del precio del petróleo no son buenos presagios para 2019, cuando el presidente previsiblemente lanzará su campaña para la reelección.

 Alexander Muns es profesor de OBS Business School

Fuente: Cinco Días