Qualcomm, el mayor fabricante de procesadores para teléfonos móviles del mundo, anunció este jueves que renuncia a la compra de la firma de chips holandesa NXP. La operación, por la cual el fabricante estadounidense había prometido desembolsar 44.000 millones de dólares (37.500 millones de euros), se ha frustrado a última hora al no haber recibido el visto bueno de los reguladores de la competencia en China. El caso demuestra que las evidentes tensiones entre Pekín y Washington, inmersos en una guerra comercial, trascienden del puro conflicto arancelario.

Qualcomm planteó la operación hace más de dos años con el objetivo de reducir la dependencia de su negocio de teléfonos móviles. La transacción, la mayor jamás anunciada del sector, necesitó de la aprobación de hasta nueve distintos mercados en los que operan ambas empresas. Tenía ocho síes y faltaba solamente el de Pekín, con Qualcomm pendiente de una espada de Damocles suscrita en el contrato con NXP que marcaba como fecha tope para conseguir los permisos este jueves al mediodía. En una clásica jugada por parte de las autoridades chinas, el regulador no emitió ningún comunicado al respecto: no rechazó el acuerdo, simplemente dejó que el plazo se agotara, en un claro ejemplo de cómo Pekín puede maniobrar más allá de la imposición de aranceles.

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El Ministerio de Comercio chino rechazó que el caso de Qualcomm tenga relación alguna con el conflicto comercial con Estados Unidos y lo consideró “meramente un asunto de la regulación antimonopolio”. Sin embargo, el consejero delegado de Qualcomm, Steve Mollenkopf, admitió que “probablemente ha habido fuerzas más grandes en juego que solo nosotros”. Qualcomm deberá pagar a NXP una indemnización de 2.000 millones de dólares (1.700 millones de euros) al no haber podido formalizar la adquisición.

Las autoridades chinas establecieron como prerrequisito para dar el sí a la operación una vía de escape para la china ZTE, el fabricante de móviles que corría el riesgo de desaparecer por un castigo del Departamento de Comercio estadounidense que le impedía comprar componentes de este país, según Reuters. A finales de mayo, y gracias a la intervención personal de Donald Trump, la pena fue suavizada. Pero Pekín volvió a mostrar su línea dura cuando creyó haber pactado una tregua con el presidente estadounidense en lo comercial y apenas días después volvió a la carga con los aranceles sobre los productos chinos.

“China se siente vulnerable en el frente tecnológico y, por decirlo suavemente, está molesta por la guerra comercial. Por tanto, las autoridades jugarán cualquier carta que tengan para frenar el avance de las compañías tecnológicas de Estados Unidos”, explican desde la consultora Trivium. El país asiático es el principal consumidor de memorias y el primer mercado del mundo de teléfonos móviles.

La misma Qualcomm fue objeto de una opa hostil por parte de Broadcom, con sede en Singapur. Washington vetó la compra al considerar que representaba una amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos, no tanto por la misma Broadcom, sino por sus contactos con terceras empresas, que de nuevo apuntan hacia China.

Fuente: El País