La imagen que ilustra este artículo representa como pocas el carácter impulsivo y beligerante del finlandés Linus Torvalds, creador del sistema operativo Linux y uno de los pioneros del software libre. La salida de tono del célebre informático, que tuvo lugar durante una conferencia en su país de origen, iba dirigida a la multinacional Nvidia y precedió unas palabras tan amistosas como el gesto que las acompañaba. Pero el mal genio de Torvalds podría llegar a su fin. Esta semana ha anunciado que se tomará un descanso de sus compromisos profesionales para centrarse en entender las emociones de la gente que le rodea y aprender a responder de manera apropiada.

“Recientemente, la gente de nuestra comunidad me advirtió sobre mi problema a la hora de comprender las emociones ajenas. Mis ataques han sido frívolos, no han sido profesionales y estaban fuera de lugar. Quiero pedir disculpas a quienes se vieron afectados por mi comportamiento”, se sinceró a través de un comunicado.

Post en Twitter con un fragmento del comunicado de Torvalds

Si bien el finlandés puede haberse dado cuenta estos días de que necesitaba cambiar su manera de actuar con los demás, el descubrimiento de que las relaciones sociales no eran su fuerte lo hizo tiempo atrás. Durante una conferencia en Nueva Zelanda hace más de tres años, reivindicaba su derecho a decir las cosas sin tapujos. “No soy una buena persona y no me importa”, afirmaba tajante. “Me importa la tecnología: eso es lo imprescindible para mí. Todo eso de la diversidad son detalles que no marcan la diferencia”.

No en vano, el ingeniero se ha ganado la reputación de persona con la que nadie quiere trabajar. Sus correos electrónicos plagados de insultos y sus palabras incómodas han generado un ambiente tóxico que ha alejado a mujeres y grupos infrarrepresentados de la comunidad de Linux. Tal y como defiende un antiguo artículo de la revista Wired, Torvalds “tiene licencia para decir lo que quiere porque, a diferencia de la mayoría de los desarrolladores de software más conocidos del mundo, no trabaja para una gran empresa de tecnología con un departamento de relaciones públicas”. Esta franqueza no supone en sí misma un impedimento. Según el autor, es precisamente esta tendencia a la honestidad lo que convirtió a su sistema operativo en una historia de éxito. El problema comienza cuando dirige su ira contra todo el que se cruza en su camino.

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La exigencia de Torvalds con quienes trabajan en su plataforma tiene su particular precedente en una de las figuras más mitificadas de la revolución tecnológica: Steve Jobs. El creador de Apple abandonó un hotel de cinco estrellas porque no estaba a su altura, despidió a uno de sus directivos enfrente de un auditorio lleno de empleados de la compañía y llegó a preguntar a candidatos en entrevistas de trabajo sobre su virginidad. Cuando dirigía Pixar, despidió a parte de la plantilla sin ofrecerles ninguna indemnización. Una antigua empleada de la compañía le pidió que al menos se les anunciara con dos semanas de antelación, a lo que Jobs contestó afirmativamente, matizando que “el aviso es retroactivo desde hace dos semanas”.

Fragmento de la película ‘Steve Jobs’, de 2015

Jonathan Ive, uno de los mejores amigos de Jobs, reconocía que el fundador de Apple se enfadaba mucho por cualquier cosa, pero matizaba que sus rabietas no duraban demasiado. “Tiene la habilidad infantil de ponerse realmente nervioso por algo. A veces, cuando está muy frustrado, parece que su manera de lograr la catarsis sea lastimar a alguien, y es tan sensible que sabe perfectamente cómo hacerlo”, confesaba a su biógrafo, Walter Isaacson, ahondando en su motivación: lo hacía porque podía. “Creo que siente que tiene libertad y licencia para hacer daño”, sostenía.

Creo que siente que tiene libertad y licencia para hacer daño.

Jonathan Ive, vicepresidente de diseño de Apple, sobre su amigo Steve Jobs

Tal vez sea una cuestión de poder lo que ha llevado a estos dos estandartes de la tecnología a adoptar el papel de padres exigentes con sus empleados y colaboradores, esa sensación de sentirse por encima de cualquier norma. Tal vez este narcisismo vaya ligado a un inconformismo perfeccionista que obvia las convenciones sociales para alcanzar un objetivo que trasciende de formalismos en su cruzada particular. El tiempo dirá si Torvalds, quien rechazó una oferta de trabajo de Jobs hace cerca de 20 años, será capaz de transformarse para descubrir que el fin no siempre justifica los medios.

Fuente: El País