La teoría dice que la ley de la oferta y la demanda es el principio básico de la economía de mercado. La práctica muestra que las amenazas de Donald Trump pueden bastar para alterar esa regla de oro de los intercambios comerciales. Bruselas ha informado este jueves de que la Unión Europea ha aumentado exponencialmente la compra de soja estadounidense, tal y como acordaron el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, y su homólogo norteamericano hace dos meses. Entonces, una reunión en la Casa Blanca evitó in extremis el castigo contra la industria automovilística europea en forma de aranceles. Para esquivar el golpe, Europa ofreció a EE UU aumentar sus importaciones de gas natural y soja. Y al menos con este último, ha cumplido con creces: las importaciones se han incrementado un 133% hasta 1,47 millones de toneladas desde julio hasta mediados de septiembre respecto al mismo periodo del año anterior.
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Poco importa que la intervención europea se limite a una buena voluntad testimonial y casi todo el mérito lo tenga un entorno favorable. Este verano China impuso nuevos gravámenes a la compra de soja estadounidense como represalia a los aranceles de Trump contra Pekín, lo que derrumbó su precio un 23% en poco más de dos meses y permitió a los agricultores europeos adquirirla más barata. El factor Trump ha condicionado el mercado muchas veces, pero en este caso, en el que el margen de actuación de la Comisión es escaso, sus límites son claros.
Las importaciones europeas de soja suman un pastel de 14 millones de toneladas anuales. Trump puede ahora apuntarse el tanto de ensanchar las puertas del inmenso mercado europeo a los agricultores estadounidenses, uno de sus principales graneros de votos en las pasadas elecciones bajo la bandera del América primero. En los últimos tiempos, los efectos contraproducentes de la agenda proteccionista del presidente estadounidense habían provocado cierto malestar en la América rural, el sector que le aupó a la Casa Blanca.
Bruselas hace esfuerzos por alimentar la sensación de que Trump ha obtenido un gran acuerdo a cambio de no imponer aranceles a los coches europeos. En un comunicado teledirigido a Washington, la Comisión Europea ha informado de que la soja estadounidense supone ya un 52% de todo el producto que llega a los Veintiocho. La ascensión ha sido meteórica. Hace un año representaban el 25% del total. Menos de la mitad que hoy. Pero la realidad es que no le ha supuesto ningún sacrificio: solo ha mantenido en el 0% los gravámenes a la soja, el mismo nivel que antaño, y sus empresas se han dedicado a adquirirla más barata mientras las instituciones explicaban a Trump que las importaciones suben a niveles históricos y este puede alardear ante los suyos del logro.
La mayoría de la soja que compra Europa se utiliza como fuente de proteínas para la alimentación de los animales, sobre todo aves de corral y ganado porcino y vacuno. Pero también se usa para la producción de leche de consumo humano, por lo que existen temores de que llegue al continente soja transgénica. «Todas las importaciones a la UE, no solo de soja, deben ser conformes a nuestras leyes sobre la protección al consumidor», ha aclarado el Ejecutivo comunitario.
La UE no es capaz de producir la suficiente soja por sí misma para atender la demanda, menos aún después de la sequía que ha asolado el centro y el norte de Europa, pero hasta ahora, Brasil era el país de origen más habitual. El país latinoamericano ha pasado a ser el segundo proveedor con un 40% del total, seguida muy de lejos de Canadá y Paraguay (2,3%) y Uruguay (1,7%).
Trump suele hablar de un déficit comercial de EE UU con la UE de 151.000 millones de dólares. Y esa cifra, que los expertos consideran inflada, le ha servido de arma arrojadiza contra sus tradicionales aliados europeos, a los que ha exigido rebajarla utilizando el chantaje de imponer nuevos aranceles en caso contrario. La sangre no llegó finalmente al río, pero el recuerdo del duro impacto que pudo suponer para la potente automovilística europea el choque de trenes con Trump persiste. Por lo que Bruselas no pierde el tiempo en desglosar nuevas cifras para recordar, siempre que puede, que está cumpliendo su parte del trato. Aunque sea gratis.
Fuente: El País