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A Carmen Sánchez-Miranda (Badajoz, 1975) le gustan las ciudades con «vidilla». Esas en las que el barrio ofrece todo lo que uno necesita y no hay por qué recorrer incómodas distancias para encontrar un cine, un supermercado o un colegio. “Hay que poner en valor y revitalizar el modelo de ciudad mediterránea”, entiende Sánchez-Miranda, al frente desde hace seis años de ONU-Habitat, el programa de Naciones Unidas que trabaja para que las metrópolis sean más sostenibles e inclusivas. “Aquella en la que hay vidilla en todo el mapa, no solo en el centro”. Economista de profesión y con más de una década de experiencia en programas de cooperación en países latinoamericanos, Sánchez-Miranda defiende la participación ciudadana y la planificación como primeros ingredientes para cocinar mejores urbes. Y se declara firme creyente de su poder, tanto para lo bueno como para lo malo: “Hemos tardado, pero al fin hemos reconocido la oportunidad de cambio que hay en las ciudades”.

Pregunta. ¿El futuro del planeta es el futuro de las ciudades?

Respuesta. En los últimos 15 años ha cambiado el paradigma. La ciudad antes se veía como el lugar de la contaminación, el lugar de los atascos. Ahora la vemos como una oportunidad de cambiarlo todo. Sabemos que la mitad de la población mundial vive en ellas y que es algo que va a más. Pero ya no es solo una cuestión demográfica. En ellas se genera el 80% de los residuos del planeta y de las emisiones efecto invernadero, con lo que implica en cuanto a cambio climático y mitigación. Por otro lado, aglutinan el 60% de los empleos de alto valor añadido y son vistas por muchas personas que llegan a ellas como un sueño, un lugar aspiracional del que luego se ven apartadas. Por esa complejidad y esa transversalidad es crucial mejorar las ciudades. Son el hilo invisible que conecta todos los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

P. Usted habla del modelo mediterráneo como ejemplo a seguir. ¿Por qué?

R. Hay que hacer ciudad en todas las partes de la urbe. El modelo mediterráneo siempre se ha caracterizado por ciudades compactas con mucho espacio público. Con escala humana: aunque sean muy grandes, la vida en el barrio provee de lo fundamental para cualquier ciudadano, como pueden ser escuelas, parques, lugares de ocio. Quiero espacios para que mis hijas jueguen, para que yo me pueda mover en bici en trayectos razonables. Cuando se dan estas circunstancias significa que estás haciendo ciudad. Y eso en España pasa y se nos reconoce fuera.

Es cierto también que lo ocurrido desde finales de los 90 hasta aproximadamente 2008 fue totalmente ajeno al ADN del modelo mediterráneo. Y propició un consumo excesivo de suelo, una pérdida biológica y un impacto ambiental, además de grandes costes de infraestructura. Vimos urbanizaciones con muy poco carácter identitario, que es lo que al final da sentido de pertenencia a las personas. Por un lado, ciudades dormitorio; por otro, gente con mucho poder adquisitivo en zonas muy aisladas. Aquí vivimos unos, aquí otros. Eso conlleva descohesión social. Son cosas que no se pueden repetir.

P. ¿Es cada vez es más complicado vivir en el centro?

R. La gente tiene derecho a seguir viviendo en el centro. Y la ciudad, por supuesto, tiene derecho a acoger turistas. El turismo es sinónimo de crecimiento y empleo. ¿Pero cómo conjugamos esto con el mantenimiento de lo que hace propia y especial una ciudad, que además es el motivo por el que los turistas vienen? Hay que ver los mecanismos para regular este flujo. Una función social de la ciudad es proveer de habitabilidad a sus habitantes. ¿Qué estamos haciendo si no? Un centro de turistas y los locales viviendo fuera. Madrid, Barcelona, Valencia o Palma ya están buscando soluciones porque el problema les ha estallado primero. Pero en otras ciudades, como por ejemplo Córdoba, en la que estuve hace poco, el asunto va a ser igual de urgente en muy poco tiempo.

P. ¿La ciudad puede educar en igualdad?

R. Las ciudades deberían ser feministas. Feministas en el sentido de que deberían promover la igualdad de sus habitantes. En este caso, la igualdad de género es fundamental, pero también la de otros colectivos vulnerables.

P. ¿Cómo?

R. Haciendo que las mujeres participen más en el diseño de todas las facetas de las urbes. Las mujeres son las principales usuarias de transporte público, con lo cuál deberían tener mucho que decir sobre su diseño. Lo mismo pasa con el espacio público. Hay cosas muy interesantes que se están llevando a cabo. En Madrid, entre otras ciudades, se han promovido caminatas de mujeres por determinadas zonas para que ellas reconozcan qué puntos consideran más críticos a nivel de seguridad. Esa zonificación es muy útil para intervenciones posteriores.

P. La mayoría de los ciudadanos son ajenos al diseño del lugar en el que viven.

R. Sí. Nuestros informes indican que la participación ciudadana está disminuyendo en general en las grandes urbes. La población deja de interesarse o no tiene herramientas para ello. Es un asunto que se retroalimenta. Te pongo como ejemplo una experiencia en ciudad africana de la que no daré el nombre. Tenían en marcha un mecanismo de participación ciudadana para los presupuestos con una app móvil y una página web. Pues bien, solo el 20% de esa ciudad tenía acceso a internet. Es decir, que hay que ajustar al máximos los métodos de participación según la población a la que van dirigidos.

P. ¿Qué función tiene que tener el espacio público?

R. El espacio público debe hacer la ciudad más segura y cohesionada. Y lo hace cuando se planifica bien en cuanto a cantidad y accesibilidad. Si esto sucede, se convierte en una de las herramientas más poderosas de planificación urbana.Cuando tú piensas en una ciudad icónica, como Nueva York o Londres, muchas veces evocas sus calles, su espacio público. En él las personas interactúan, se intercambian bienes, se refuerza la identidad y la pertenencia. Si ese espacio público no está bien diseñado o es escaso, las ciudades se segregan. Y crece la inseguridad y la percepción sobre la inseguridad. España está entre los 20 países con mayor percepción de seguridad según la OCDE y el diseño mediterráneo ha tenido mucho que ver. Aún así, hubo un tiempo en el que se dotó de mucho espacio público a las periferias, pero detrás de él estaba la M-30, la M-40 o la nada. No es solamente la cantidad, sino la ubicación.

P. ¿Qué hacemos con la basura que generamos?

R. Generamos 5.900 millones de toneladas de basura. En los próximos años necesitamos 1,7 planetas para absorber esto. No podemos cerrar los ojos. Hay políticas que tienen que ver con la economía circular y hay que hacerlas. Pero si tienes una fuga en casa no te pones solo con la fregona. Cierras el grifo. Eso tiene que ver con cambios de consumo de los ciudadanos y cambios de producción. Uno piensa en los plásticos del océano y sí, es muy grave. Pero antes hay que mirar lo que tiramos a nuestra papelera.

P. ¿Cómo convencer a un ciudadano para que deje en casa su coche?

R. El modelo actual es insostenible. Hay que explicar muy bien las repercusiones del transporte tal como está concebido y las posibles alternativas. A mí, que me afecta tremendamente, me dijeron: ‘Mira, hay aparcamientos disuasorios, puedes ir hasta aquí y aparcar y luego coger el transporte público’. Es un trabajo del ciudadano pero también de las autoridades, que tienen que explicar, facilitar y poner los medios necesarios.

P. ¿En qué ciudad viviría usted?

R. Córdoba, Cáceres, Sevilla, San Sebastián, Gijón… Tenemos casi 50 ciudades patrimonio de la humanidad que combinan todo lo que tiene la Nueva Agenda Urbana con una riquísima historia. Son lugares que nos dan un sentido de pertenencia. Es un privilegio vivir en cualquiera de ellas.

Fuente: El País