El empuje de la industria pesada está haciendo aflorar nuevas start-up y algunas noticias recientes, como el traslado desde Nueva York de la sede del grupo inversor AllianceBernstein, confirman que la nave va. Por la noche, los locales de la avenida Broadway se inundan de público y actuaciones en directo. El whisky, que no falta en ninguna barra, es Jack Daniel’s, creado hace más de 150 años en la destilería de Lynchburg, a donde cada día acuden centenares de trabajadores. También tiene puestos vacantes.

Si se vieran todas estas imágenes en sucesión, parecería aquel famoso anuncio televisivo de Ronald Reagan, de los ochenta, que se titulaba It’s morning again in America (“Es de día de nuevo en América”) y recogía el trajín matutino de un país en el que, arrancaba el locutor, trabajaban “más hombres y mujeres que nunca en la historia”. Con una banda sonora de película romántica, aparecía un tipo trajeado que se bajaba de un taxi, un chico repartía periódicos desde su bicicleta, un agricultor maniobraba su tractor como quien conduce un Ferrari y una pareja se casaba por la Iglesia. Al final, se izaba la bandera de barras y estrellas.

Cuando Donald Trump aprobó a finales de 2017 su gran rebaja de impuestos, de 1,5 billones de dólares en 10 años, se habló mucho de Reagan. Unida a un programa de desregulación, la política económica del magnate neoyorquino era objeto de comparación con el fallecido presidente, quien luego tuvo que ajustar el gasto público y subir impuestos para pagar su reforma fiscal. Pero lo que pasó entre 1982 y 1989 fue la mayor expansión sostenida de la actividad que se había registrado hasta entonces, con el empleo en cifras récord.

Ahora, Estados Unidos experimenta su segundo mayor periodo de expansión continuado de la historia, solo superado por los 120 meses de la década de los noventa, según datos de Bloomberg. Y si para julio de 2019 no ha sufrido ningún tropezón, ya será el ciclo más largo al alza. Los miembros de la Reserva Federal calculan que cerrará este año con un crecimiento del 3,1%. Y la tasa de paro se encuentra en el 3,7%, el nivel más bajo desde la Guerra de Vietnam. Wall Street sigue en niveles de récord. Se podría decir eso de “Amanece de nuevo en América”, solo que el vídeo del anuncio tendría que cambiar: al taxista le va regular porque el tipo de la corbata se bajaría ahora del coche de un conductor de Uber; el chaval ya no repartiría periódicos (las ediciones impresas van a la baja) y en las bodas mejor no entrar: los matrimonios decrecen y los divorcios aumentan.

El señor del tractor también lo está pasando peor que hace un cuarto de siglo. Cuando hoy se habla del crecimiento de EE UU se hace referencia básicamente a grandes metrópolis, que concentran más y más porción del pastel en detrimento de las ciudades pequeñas. Las 53 mayores urbes del país supusieron dos tercios de todo el crecimiento de PIB entre 2010 y 2016 y el 73% de toda la creación de empleo, según un análisis de la Brookings Institution.

El empuje de la economía digital y de una generación de trabajadores millennials bien formados está acumulando el crecimiento en viejos conocidos, como Nueva York, Boston, Los Ángeles o Seattle, pero también en Dallas, Atlanta o Miami. La tendencia arranca en los ochenta y se agrava dejando toda una América suburbana atrás, lo que se asocia irremediablemente con el auge del trumpismo: pueblos que experimentaron una larga era de esplendor desde la Segunda Guerra Mundial, en la que los jóvenes salían del instituto y lograban un empleo seguro y bien pagado en una de esas miles de fábricas que han ido cerrando década tras década. Es un relato fácil de identificar en el libro Our kids (Nuestros niños), de Robert Putnam, donde retrata el declive de su pueblo de Ohio, Port Clinton, y en Hillbilly, una elegía rural, de J. D. Vance.

Connie West, de 64 años, vende flores y cereales en una cabaña a una hora de Nashville.  Connie West, de 64 años, vende flores y cereales en una cabaña a una hora de Nashville.  

“Es una economía de dos carriles, en la que a un grupo de población que vive en la ciudad de la costa tecnológica le va muy bien, mientras otros se quedan atrás, sobre todo en la zona central del país, es algo que se agudiza desde el final de la crisis”, explica Mark Muro, director de política en el Programa de Política Metropolitana de Brookings.

Esta dinámica se interrumpe a partir de 2017. La foto del momento resulta extraordinaria para Donald Trump, no solo por esas grandes cifras agregadas, que dicen poco en realidad de un país de 328 millones de habitantes tan desigual internamente, sino porque recoge las mejoras en esa América más rural que le ha votado y que llevaba una verdadera mala racha.

Los datos actualizados a julio de 2018 reflejan la recuperación del empleo en el sector manufacturero, aupado por la mejora de la demanda interior y exterior, y de la minería, debido en buena parte a los precios del petróleo. Mientras, los servicios se han desacelerado. Traducido a la política por Brookings, mientras los condados que votaron a Hillary Clinton en las elecciones presidenciales de 2016 experimentaron un crecimiento del empleo anualizado del 4% en el primer trimestre, una velocidad de crucero igual a la del mismo periodo de 2017; los que lo hicieron por Trump registraron un 5,1%, por encima del 4,9% del año anterior y del 4,3% de 2016. La economía es la mejor baza electoral del republicano, en parte por la tendencia expansiva desde la salida de la recesión y en parte por el último aluvión de estímulos, vía recorte de impuestos o aumento de gasto público. Aun así, apuesta por azuzar la inmigración para movilizar a sus bases.

Avenida Broadway, en Nashville, donde están surgiendo nuevas ‘start-up’ y ha mudado su sede algún grupo de inversión.Avenida Broadway, en Nashville, donde están surgiendo nuevas ‘start-up’ y ha mudado su sede algún grupo de inversión.

Tennessee también experimenta grandes diferencias: la fuerza motriz de la corona metropolitana de Nashville hace palidecer al resto del territorio. Que se lo cuenten a Connie West, que tiene 67 años, 40 acres de labranza (16 hectáreas) y bastantes quebraderos de cabeza. Vende flores, abalorios y cereales en una cabaña a una hora en coche de la ciudad de la música y la tan traída y llevada explosión económica no ha presentado sus respetos ante el negocio familiar. Las ventas han ido bajando cada año, dice, desde hace al menos una década, a ritmos lentos pero tozudos del entorno del 5%.

La guerra comercial iniciada por Trump contra China es precisamente sobre la soja, el cultivo más abundante del Estado y uno de los habituales de West. Pekín, en represalia por otros aranceles impulsados por Washington, activó gravámenes aduaneros del 25% sobre esta leguminosa, entre otros centenares de productos, como el cerdo o el whisky. Desde que en primavera comenzaron a anunciarse las medidas, los precios por fanega de soja han bajado sobre un 20%, de 10,5 a 8,5 dólares y las ventas han caído. El hijo de Connie suele rotar cultivos, así que el año pasado echó el resto de la soja y este ya no dudó: lo apostó todo al maíz. La mujer avala el giro proteccionista del republicano, con todo, aunque advierte de que “va a beneficiar a los grandes agricultores, no a explotaciones pequeñas” como la suya.

Fábrica de la japonesa Nissan, en Nashville, que busca personal.Fábrica de la japonesa Nissan, en Nashville, que busca personal.

Hay muchas familias West en el Medio Oeste americano, electores conservadores que se están viendo perjudicados por las tensiones comerciales, algo que preocupaba mucho a los legisladores que este 6 de noviembre tienen que pedirles el voto. Y también grandes marcas, como Jack Daniel’s. A finales de agosto la empresa propietaria, Brown-Forman, rebajó su previsión de beneficios para el próximo año fiscal, de 1,75 a 1,65 dólares por acción, un recorte de 10 céntimos, de los cuales seis se deben a la tarifas. El 53% de las ventas del grupo, que tiene la sede en Kentucky y también produce vodka y bourbon, corresponde a las exportaciones, según el último ejercicio fiscal, cerrado en abril.

Poco antes, en marzo, el director ejecutivo, Paul Varga, ya ponía las barbas a remojar. “Es irónico, pero si el plan de aranceles se lleva a cabo, una compañía como Brown-Forman podría ser una víctima colateral de un programa en parte pensado para promover a la industria manufacturera estadounidense”, dijo durante una conferencia con analistas.

La compañía depende por tanto de sus clientes exteriores, y en el caso concreto de su marca más legendaria, hasta un punto inesperado. Moore, el pequeño condado donde se encuentra la destilería de Lynchburg, esa en la que se produce todo el Jack Daniel’s del mundo, votó por mantener la ley seca en 1933, cuando se levantó la prohibición, y en el propio restaurante más cercano a la planta no se sirve una miserable gota de alcohol. Aun así, como ocurría en los años veinte, existen los subterfugios legales y se pueden comprar botellas de coleccionista que nadie controla.

Grandes del motor

Harley Davidson, Ford o General Motors son otros de los grandes buques insignia de la economía estadounidense que recortaron sus previsiones este verano. Pero cada uno cuenta la feria según le va en ella. Hace un par de semanas, la compañía acerera United States Steel Corp llegó a un acuerdo con los trabajadores sobre el que será su mayor incremento salarial en seis años, de un 14% acumulado en el periodo de cuatro. Según los datos publicados por Reuters, el último pacto, que caducó el septiembre, había congelado sus sueldos por tres años, pero las cuentas de la empresa se han disparado este año: en el segundo trimestre, concluido en junio, el beneficio antes de impuestos creció un 60% gracias en buena parte al robusto avance de la economía, pero también a la política proteccionista de Trump (que comenzó con los aranceles al acero y el aluminio de Canadá, México, la Unión Europa y otros países) que calentó los precios. Es decir, que mientras Paul Vargas, en Kentucky, se lamentaba de la medida, en unas oficinas de Pittsburgh (Pensilvania), donde se encuentra la US Steel Corp, se frotaban las manos.

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Las empresas que necesitan ese acero pueden optar entre perder margen de beneficio o repercutir ese coste en el precio final a sus clientes, lo que acaba calentando la inflación y, si no va acompañado de una mejora de los salarios, mermando el poder adquisitivo. Los datos macroeconómicos globales no reflejan daños por las tensiones comerciales, pero algunos economistas destacan que, al hacer las cuentas, la incertidumbre en este terreno coloca el asunto comercial en el lado del debe.

Estados Unidos acabó firmando hace dos meses una nueva versión del gran tratado comercial con México y Canadá (antes llamado Nafta, ahora conocido como USMA) que, entre otras medidas, fomenta la producción de automóviles a manos de trabajadores con sueldos de 16 dólares la hora, lo que protege el empleo en mercados como EE UU. El pacto despejó el temor a la ruptura de un zona de libre comercio que llevaba un cuarto de siglo vigente, pero las negociaciones con China para desescalar la actual guerra comercial están resultando muy complicadas. “Es una gran preocupación. Inquieta que los efectos de los aranceles entre ambos países puedan ser muy duraderos, modestos, pero duraderos, y eso va a perjudicar a muchos exportadores”, explica Brian Schaitkin, economista de la Conference Board, una organización nacida hace un siglo y formada por más de un millar de grandes compañías en todo el mundo muy orientadas al comercio exterior. Desde hace unos meses, Schaitkin no hace más que recibir llamadas con preguntas sobre lo que puede pasar en los próximos meses de cara al gigante asiático.

Pero Trump ha llevado a cabo su ofensiva comercial desde la privilegiada posición —no solo de país más rico y poderoso del mundo— de una economía que avanza con paso firme y un mercado de trabajo que va como una mecha y, encima, con expectativas de una inflación baja. En septiembre, un reportero planteó al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, si las expectativas no estaban resultando “demasiado buenas para ser verdad”. Powell concedió que era una pregunta razonable.

También resulta razonable plantear si esas previsiones son lo suficientemente buenas. Con una de las mayores expansiones fiscales de la historia en marcha (a la rebaja de impuestos de suma el incremento de gasto público) y pleno empleo, la Fed va rebajando sus previsiones de crecimiento año a año: calcula un 3,1% para 2018, que se modera hasta el 2,5% en 2019 y queda en el 2% en 2020.

“Va a ser mucho más difícil crecer porque los tipos de interés van a ser más altos y eso va a incrementar el precio de los préstamos y lastrar el consumo, algo que ya hemos visto en el mercado de la vivienda”, apunta Schaitkin. El crecimiento potencial de EE UU, añade, se sitúa en torno al 2%, según sus cálculos, “y lo que hemos visto en los últimos uno o dos años es un crecimiento muy superior a ese nivel que no puede durar siempre. Eso no significa necesariamente que aumenten los riesgos de recesión, pero las tasas de crecimiento se van a situar en torno al 2% o un poco por encima”.

La población envejece, la que hay en edad activa está ya prácticamente empleada y el aumento de la fuerza de trabajo se ralentiza, así que EE UU solo puede pisar el acelerador del crecimiento con productividad y esta también ha experimentado un frenazo en los últimos años.

Y el efecto tractor de la rebaja de impuestos es limitada. “Es pronto para estar seguros, pero estoy de acuerdo con que se van a incrementar la inversión y los impuestos de forma permanente, pese a lo que dice el presidente”, apunta Joseph Gagnon, del instituto Peterson de economía internacional. “Es algo que da mucho dinero a los ricos, pero los ricos no gastan tanto porcentaje de su dinero como los pobres, van a ahorrar muchos”, advierte.

La pregunta a la hora de analizar estas épocas de gloria económica siempre acaba en el mismo lugar: ¿en cuánto se beneficia la clase media? En septiembre pasado, con relación a 2017, el salario medio semanal creció en términos reales (es decir, descontando la inflación) un discreto 1,1%.

Fue un esclavo llamado Nathan Green, de apodo Nearest, quien enseñó a Jack Daniel a destilar whisky allá por 1850 y poner las bases de una de las marcas con más solera de América. La versión más extendida hasta 2016 era que un párroco y también destilero, Dan Call, se había encargado de ello, pero quien lo hizo fue Nearest. Hoy se le honra en las visitas turísticas en Lynchburg. Varios descendientes de ese esclavo, cuenta el guía, trabajan para la empresa.

Fuente: El País