La tecnología no nos hace mejores personas. En el mejor de los casos, limita las consecuencias de nuestras irresponsables tendencias. Creemos lo contrario porque es cómodo. Pero también porque es lo que toca en una sociedad empirista, en la que la tecnología cada vez está más presente y en la que tendemos a admirar a quienes saben de cosas absolutas como números, construir cacharros o programar. Por eso, relegamos a personas que nos hablan de cosas abstractas y opinables como la ética, el bien o el mal. Y que no son tan rentables, claro.

Saber programar o saber de números tampoco nos hace mejores personas. Nos hace más rentables, eso sí. Porque la tecnología no depende del consenso social, sino de la iniciativa privada de unos humanos llamados accionistas que buscan el beneficio (qué novedad, ¿no?). El resultado es esperable: nos dejamos llevar por los cacharros.

La entropía, la misma que dispersa el calor en el frío, se cumple en el plano intelectual. La ignorancia suele ser más estable que la sabiduría. Por eso, si no nos esforzamos por avanzar, el saber se dispersa en un mar de comodidad, de redes sociales y aparatos.

Pero no usar móviles o Facebook tampoco nos hace mejores personas. La tecnología solo es culpable de adormecernos. Nadie sino cada uno de nosotros es responsable de salir de la caverna y enfrentarse con la realidad. Es más incómodo, pero eso sí que nos hará mejores. Y más sabios.

Fuente: El País