Los bancos británicos figuran entre los peores del stress tests (en capital de primera a tres años de escenario recesivo). El gigante Deutsche Bank, menos tocado de lo previsto, pero otros alemanes flojean. Los franceses incumplen su fama. Los españoles, en una banda discreta…

¿Y los que más preocupan, los italianos? Dos grandes anotan casi notable: Intesa (9,66%) y Unicredit (9,34%). Dos, por debajo: Unione Banche Italiane (UBI) (7,46%) y BPM (6,67%). El rescatado Monte dei Paschi no se examinaba, por escaso tamaño. Su primer problema, por calendario, es su mala gestión, producto del corporativismo, de las incestuosas relaciones con la política, y del nacionalismo proteccionista.

Eso se traduce en el alto nivel de créditos de dudoso cobro y ficticios, que superan los 200.000 millones de euros. Si las pruebas de esfuerzo publicadas ayer los reputan relativos, es que así será. Pero.

El segundo problema —y primero en importancia— es la alta concentración de bonos públicos en sus balances. De los 2,6 billones de deuda gubernamental italiana, las principales entidades ostentan más de 143.000 millones. Es una pizca del stock.

Pero hay un enorme porcentaje del total de la deuda acumulado en su cartera. BPM tiene el 90% de su portafolio de deuda en bonos italianos; UBI, un 78%; Mediobanca, el 61%; Finecobank, el 56%; Intesa, el 50,9%, y Unicredit, el 46% (Bloomberg y EBA).

De manera que las entidades son muy sensibles a las tormentas de los mercados financieros. Muy indefensas ante la caída de credibilidad de la política económica del país que emitió esos bonos (el suyo). Resumido en una píldora, el principal riesgo del sistema financiero italiano es Italia.

Y ocurre que el prestigio internacional de la política gubernamental del Gobierno populista capota —incluso sin llegar a desplomarse— cada día que pasa. La prima de riesgo asciende. No en vano, eso se traslada al parqué. Monte dei Paschi ha caído un 62% en Bolsa desde enero; Intesa, un 29%, y Unicredit, el 28%.

Probablemente es este el implícito designio del trato que la Unión Europea está dispensando a Roma. A diferencia de lo ocurrido con Grecia (menos potente, más acogotada, menos agresiva), no le lanza ultimatums dramáticos, aunque sí advertencias muy graves. No le agrede en el tono, aunque las autoridades locales tonteen con la presunta “agresión al pueblo italiano”.

Bruselas espera el efecto convincente de los avisos de los mercados para que Italia vuelva, como siempre, a caracolear y regatear, en vez de quebrar la legalidad.

De momento, las agencias de rating colaboran en esa lenta y pausada percusión. Rebajan perspectivas, sin derribar sus (ya bajas) calificaciones.

Pero si la presión sostenida se convierte en pulso dramático, la cadena quebrará por el eslabón más débil: el bucle perverso entre la desmesurada deuda italiana y la extrema vulnerabilidad de su banca.

Tercer y último problema. En ese caso, Roma no podrá repetir la recapitalización pública que, a título excepcional, la UE le autorizó en 2017. Gajes de la chulería.

Fuente: El País