Jorge Wagensberg, que enseñó Física en la Universidad de Barcelona durante más de 35 años,decía que la diferencia entre una evolución y una revolución es que si en las primeras cambiaban las respuestas, las últimas cambian las preguntas.

En educación, pese a la enorme revolución que vivimos, me temo que seguimos dando nuevas respuestas (incluso algunas no tan nuevas) a las preguntas de siempre. Un síntoma inequívoco de esto sería la constante obsesión por las profesiones del futuro, aunque no tenemos muy claro si en el futuro habrá profesiones porque el propio concepto de trabajo y empleo se cuestiona en un entorno de inteligencia artificial y creciente automatización. Pero supongo que vende más cursos lo de las profesiones del mañana que el difícil augurio de que puede que mañana no haya profesiones. Seguimos tratando de averiguar cuáles son las aptitudes necesarias para trabajos que aún no existen y puede que no lo hagan jamás cuando lo evidente es que el futuro irá de actitudes y no de aptitudes.

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Como explicaba Noam Chomsky en La (des)educación, formar en el pensamiento crítico imprescindible para los retos que nos acechan no tiene que ver con lo que el profesor cubre, sino con lo que el alumno descubre. Esa emoción de descubrir que guiaba a Margarita Salas y antes a su maestro Severo Ochoa es la clave de aprender.

En un mundo con toda la información disponible no tiene sentido seguir basando la formación en la dosificación de las respuestas, sino en aumentar la capacidad de hacerse preguntas. Nuestro modelo actual de aprendizaje tal vez permita aprender todo lo que sabemos que no sabemos, pero dejará en la oscuridad ese enorme universo de las cosas que ni siquiera sabemos que no sabemos. Seamos científicos de datos, poetas, físicos cuánticos o filósofos, pero por encima de todo no perdamos nunca esa emoción de descubrir. 

Vende más cursos lo de las profesiones del mañana que el difícil augurio de que puede que mañana no haya profesiones».

Fuente: El País