Un leve giro de muñeca y el precinto cede. Quitamos el tapón. Bebemos. ¿De dónde viene el líquido que llena la botella de agua mineral natural? Procede de los manantiales. No se obtiene de las fuentes que brotan de las rocas hacia el exterior, ni de las lagunas que se puedan formar en la montaña, ni del comienzo del curso de los ríos. La captación se hace antes. “La lluvia y la nieve caen sobre la ladera de la montaña. Esa agua va a caer sobre una capa de roca que se descompone a causa del hielo o de las bajas temperaturas. Es esa roca alterada la que alberga el agua mineral natural”, explica Vicente Rincón, director de las plantas de embotellado de Bezoya. “Lo que buscamos es una captación en el mismo origen. Hacemos una galería que luego enterramos para encontrar el nacimiento en el granito, de forma que el agua no tiene contacto con el terreno vegetal para que no distorsione sus propiedades”. Así comienza el viaje del agua.

Las galerías y la captación no se ven. “Todo está restaurado desde hace años”, cuenta Rincón, con más de 40 años de carrera en Bezoya. En este caso, el agua llega a la planta de la compañía en Ortigosa del Monte (Segovia) tras recorrer unos seis o siete kilómetros por tuberías cerradas. “Entra en unos depósitos reguladores y de ahí pasa a la zona de filtración”. Ese es el único tratamiento al que se somete el agua mineral natural, un proceso físico, no químico. “Le quitamos elementos inestables, alguna piedrecilla, pero en ningún caso manipulamos su composición”, desarrolla el responsable de las plantas. La principal virtud del agua mineral natural frente al resto es que su composición es estable: está garantizado que la variación en la presencia de minerales en una determinada marca va a ser mínima, sin importar cuándo se haya embotellado.

“Le quitamos elementos inestables, alguna piedrecilla, pero en ningún caso manipulamos su composición

Vicente Rincón, Bezoya.

Durante el proceso se realizan innumerables controles sobre el agua. “En la propia línea de embotellado, cada tres segundos, para ver cómo está el producto fisicoquímicamente”, cuenta Rincón. Se mide la temperatura del líquido, su turbidez, su conductividad eléctrica o su pH. “Gracias a estas magnitudes, que también deben ser constantes, sabemos que el agua que captamos es la que queremos recibir, que no ha sufrido alteraciones. Si hubiese alguna variación importante se investigaría”. Además del control en línea, se toman muestras en cada parte del proceso y en distintas franjas horarias para un examen de calidad en laboratorio.

Después llega el embotellado y el empaquetado para su distribución. En el caso de Bezoya, la velocidad da vértigo. “Se producen aproximadamente 92.000 botellas a la hora, lo que supone unos 523 millones de litros al año”. La marca embotella en vidrio (1L y 0,5L) y en PET (5L, 1,5L, 0,5L y 0,33L). “El vidrio es un material inerte que no afecta al líquido. En toda la cadena de producción trabajamos con acero inoxidable por el mismo motivo. Con el PET hemos hecho diferentes estudios y en condiciones no extremas las propiedades del agua permanecen estables”, detalla Rincón, que señala que sí hay que tener cierto sentido común a la hora de no someter a las botellas a altas temperaturas, olores intensos o espacios extremadamente húmedos. El último lanzamiento de la marca ha sido un formato en brik de 500 ml.

El responsable de Bezoya destaca que su planta embotelladora es “una de las más eficientes en gasto de agua. En una fábrica de cerveza o de refrescos el derroche es mayor”. Toda el agua que no se embotella es devuelta a su cauce natural en Ortigosa.

En todas las plantas de Bezoya el 100% de los residuos son reciclados para ser utilizados como nuevos recursos o materias primas, logrando un vertido 0. “Nuestra actuación en fábrica no tiene contaminantes. La fábrica tiene un certificado LEED de comportamiento medioambiental sostenible. Tenemos una política de cero envíos de residuo a vertedero: la madera, el papel, todo lo que generamos lo enviamos para su tratamiento, gestión y reciclado”, valora Rincón. Es lo que se conoce como una fábrica limpia: no tiene emisiones de calor, ni combustiones u otros procesos con emisiones contaminantes.

El proceso de captación, filtrado, control y embotellado dura un máximo de cuatro días. La botella está lista para el viaje final. A los almacenes o a los puntos de venta. Así que llegamos al súper, pagamos y, cuando tengamos sed, destapamos.

El sabor del agua

El consumidor entiende, en líneas generales, que hay dos tipos de agua: del grifo y embotellada.

El agua embotellada se divide en dos grandes grupos. Las aguas potables preparadas se captan, por ejemplo, de un pozo y necesitan ser tratadas químicamente con un proceso de cloración. El agua mineral natural, por su parte, no puede sufrir ningún tratamiento más allá de la eliminación de impurezas y nunca alterando su composición. “Es la clave del sabor del agua y en el caso de las minerales naturales sabemos que no varía, como sí puede suceder con el agua del grifo, por ejemplo”, explica Elena Garea, responsable de nutrición y salud de Calidad Pascual. Por eso el agua del suministro público a veces sabe distinta. Y ese es uno de los motivos de que prefiramos una marca de agua mineral natural frente a otras.

La clave es la mineralización, que define qué compuestos y en qué cantidad lleva cada marca de agua. Las hay de mineralización muy débil, débil, media y fuerte. Las hay ricas en sulfatos, nitratos, calcio y sodio. “Bezoya es agua de mineralización muy débil, algo poco común en el mercado. Solo tenemos 27 miligramos por litro de minerales. Esto nos acerca más al concepto habitual del agua como insípida, inodora e incolora. Y permite que nuestra agua sea recomendable para personas que lleven dietas bajas en sodio y en los preparados de alimentos para niños”, indica Garea.

Esta noticia, patrocinada por Calidad Pascual, ha sido elaborada por un colaborador de EL PAÍS.

Fuente: El País