Hace un mes, un grupo de amigos se reunió para compartir una cena hindú en el barrio sueco de Dalaplan (Malmö). Había una artista de nuevos medios, un programador, tres doctoras en Medicina y un ingeniero de telecomunicaciones. El tema de conversación era lenguajes de programación. Y todos tenían algo que decir. «Sabía programar todo el mundo. Si esa misma cena la hago hace diez años, los únicos habríamos sido el informático y yo», sentencia David Cuartielles.

El ingeniero, que da clases en la Universidad de Malmö, ha sido una pieza clave de este cambio desde que en 2005 pasó tres meses al pie de los Alpes y parió Arduino junto a otros cinco socios. «Podría haber surgido en cualquier otro sitio, lo importante es la gente que nos encontramos y el momento histórico», reflexiona. Y menos mal, porque ya no existen ni el bar di re Arduino -bar del rey Arduino- que dio nombre a la plataforma de programación y electrónica ni el centro que la vio nacer. Pero Cuartielles, que participará la próxima semana en el III Foro de la Cultura, tiene asuntos más importantes de los que ocuparse.

  • De una plataforma veterana en un mundo de copiones (buenos y malos)

Cuando Arduino vio la luz las incubadoras eran un modelo extraño. Hasta la célebre Y Combinator se había fundo en el mismo 2005. En este contexto, no es de extrañar que las placas azules dieran calabazas a Wayra. «A nosotros nos llegó muy tarde. Wayra es para tres personas que se han sentado a tomar un café, han tenido una idea, han hecho una prueba de concepto y quieren empezar. Nosotros llevábamos ocho o nueve años trabajando. Teníamos empleados y oficinas en tres países. No nos encajaba ni Wayra ni nadie. Porque muchos de esos modelos han surgido después de que surgiera Arduino».

De hecho, en los albores de la plataforma, que ahora fabrica 5.000 placas al día, no había ni competidores. Ahora los derivados del hardware libre que inventó Arduino crecen debajo de las piedras y van desde las pequeñas -y aceptables- variaciones hasta los plagios más inmorales. ¿Lado bueno? «El hecho de que la gente copie la placa es un indicador de éxito: de que funciona e interesa».

  • De la universidad y sus velocidades

Pero Arduino es, como mucho, la mitad de la vida de Cuartielles. En las aulas suecas, que se pasaron al plan Bolonia si despeinarse, trabaja contrarreloj. Su misión es enseñar electrónica y programación a estudiantes de arte y diseño. Y tiene que lograrlo en cinco semanas. «Yo veo las clases más como una iniciación a algo. Al mundo de la investigación, de la ingeniería, de lo que sea. Muchas de ellas son abrir una puerta a que luego el alumno trabaje por su cuenta».

¿Perdemos el tiempo entonces dedicando eternos cuatrimestres a nuestras asignaturas? «Creo que los dos modelos tienen sentido. Estoy intentando introducir asignaturas más largas con menor tiempo por semana para temas más técnicos. Si alguien quiere profundizar y hacer un proyecto a largo plazo, le hace falta tiempo de experimentación. Y eso en cinco semanas no encaja».

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  • De las nuevas habilidades

Los artistas son el grupo de gente que puede estar planteando retos que otra gente no se plantea

Cinco semanas sirven también para tender puentes. «Hay todo tipo de estudios que establecen las relaciones entre disciplinas académicas. Al arte siempre se le da el espacio del libre pensamiento. Es el grupo de gente que puede estar planteando retos que otra gente no se plantea», explica. El ingeniero, que antaño quiso estudiar Bellas Artes, tiene muy clara la relación entre todas las disciplinas que se entrelazan en su vida profesional: «El Arte siempre busca las cosquillas a la sociedad, el Diseño democratiza el acceso a las herramientas que utiliza, por ejemplo, la Ingeniería, y la ingeniería traduce las ciencias al campo de lo realizable. Cada una tiene su huequito, y es importante ver de qué forma conectan».

Estos puentes no parecían tan fáciles de cruzar cuando Cuartielles era un estudiante de teleco en la Zaragoza de los años 90: «El MIT, por ejemplo, me era desconocido. Y allí estaban pasando cosas que ya estaban trabajando la conexión entre el arte y la tecnología», recuerda. Ahora las conexiones son infinitas e imperativas. Estudiar las artes no es incompatible con saber qué es una integral y cuál es su lugar en la electrónica moderna.

  • Del modelo educativo de mañana

¿Cómo se lleva todo esto a los modelos educativos tradicionales? «Ahora sí que vas a flipar», advierte. Cuartielles aboga por una revolución que siga el modelo de Arduino. En la plataforma, aprendes electrónica y programación mientras fabricas, por ejemplo, un theremín. «Tenemos que buscar la forma de hacer el conocimiento más modular. Este método se puede aplicar a cualquier campo del conocimiento».

Su sistema de enseñanza ideal tendría dos patas. Una para los contenidos, que estarían estructurados en objetivos concretos. «Si quieres hacer algo, creamos un camino que va desde lo que sabes hasta lo que quieres aprender. Con cuatro cinco pasos en los que vas creando los fundamentos para comprender el paso final». En este escenario, la inteligencia artificial se asomaría a recomendarnos nuevas materias: «Como has aprendido todo esto, te podemos recomendar aquello» o «la gente de tu clase está aprendiendo esto».

Y otra pata es para acreditar los conocimientos adquiridos. «El gobierno tendría que ofrecer un sistema para que cuando aprendes historia, electrónica, matemáticas o lo que sea, los diferentes nodos de conocimiento que has adquirido se registren», añade Cuartielles.

¿Utopía? «Es alcanzable. Nosotros hemos hecho el experimento en la clase de tecnología. Sé que las universidades europeas están haciendo sus propios experimentos. La tecnología permite ejecutarlo. Tenemos sistemas que podemos centralizar y compartir. Si quieres que sea distribuido puedes emplear blockchain para que la gente lleve sus conocimientos consigo. Hay cien modelos que están probándose. Más que nada, es un reto político».

  • Del futuro del planeta y la falacia de Moore

Para el internet de las cosas hacen falta chips con menos potencia

Según Cuartielles, la educación es precisamente la clave para poner la tecnología a nuestro servicio y no permitir que ocurra lo contrario. «La tecnología está aquí para ayudarnos a hacer un mundo mejor. Y creo que tenemos una serie de retos sociales, medioambientales y económicos delante de nosotros que podemos mejorar usándola».

Uno de esos retos es sacarnos de la cabeza la ley de Moore: dejar de pensar en términos de potencia y tamaño. «Las empresas que desarrollan chips necesitan seguir innovando para seguir siendo relevantes. Una forma de competir han sido siempre los chips. Ver quién los hace más pequeños. Quién puede invertir en hacerlo». El problema de este planteamiento es que, además de tener fecha de caducidad, no es sostenible para el medioambiente y ni siquiera es imprescindible para muchos dispositivos que consideraríamos de última generación.

«Cuando hablamos de internet de las cosas, hablamos de tener procesadores en todas partes. La cuestión aquí es: ¿Hace falta tener un procesador potente solamente para medir una temperatura y mandarla a internet?». La respuesta es no. Y como muestra, un botón: ST, un fabricante europeo, ha sacado este año una línea de chips de 8 bits. «Para el internet de las cosas hacen falta chips con menos potencia. Hemos llegado al punto de que esto es suficiente y mejor desde el punto de vista medioambiental».

Fuente: El País