“El dinero dejó de circular por aquí”, se lamenta Maria Ferreira Lima, dueña de un minúsculo quiosco de camisetas en la popular calle del 25 de Marzo, en el centro de São Paulo. Lima ha pasado 35 de sus 58 años trabajando en la zona que reúne cientos de tiendas que venden desde ropas de bebé, a ollas y adornos domésticos. La vía 25 de Marzo se transformó en un termómetro de la economía brasileña. Y Lima, en un testigo de la temperatura actual. “Otros años no se podía caminar por aquí de tanta gente que compraba”, recuerda. Eran tiempos en los que a Brasil le faltaba mano de obra, cuando las nuevas infraestructuras alrededor de Petrobras movían la economía. Ahora los tiempos son otros. El gigante petrolero está en el centro de una investigación que paralizó la política y los negocios, y desde entonces el país no es el mismo. Lima, que ya tuvo una tienda allí, vio cómo la crisis, que empezó a dar las primeras señales en 2014 —el mismo año en que empezó la investigación Lava Jato sobre los sobornos en la petrolera—, redujo el público de la calle comercial. Ella misma tuvo que cerrar las puertas de su tienda y quedarse con su quiosco de camisetas. Las que más vende son las que llevan la cara de su candidato a presidente. Va a votar por Bolsonaro y espera verlo gobernar a partir de enero de 2019.

La dueña del quiosco es un reflejo del Brasil que el próximo mandatario heredará. Un país en que la gente no aguanta más rebajas de sus expectativas sobre el futuro, esperando que el dinero vuelva a circular y la economía resurja de nuevo después de cuatro años de parálisis. Fueron dos años en recesión, entre 2015 y 2016, y otros dos bajo una recuperación anémica. El país aún no ha retomado la actividad de los años precrisis, aunque los expertos apuntan a que, quizá, en 2020, pueda lograrlo.

La previsión es que en 2018 el PIB mejore un 1,4%, después de haber crecido solo un 1% en 2017. Son resultados insignificantes para un país con tantos retos por atender. “En este momento no hay garantías de que este ritmo se mantenga”, explica Silvia Matos, del Instituto de Economía (Ibre) de la Fundación Getúlio Vargas. Todo apunta a que será el ultraderechista Jair Bolsonaro, que cuenta con 12 puntos de ventaja sobre el progresista Fernando Haddad según la última encuesta, quien tendrá que lidiar con este cuadro económico.

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La tarea más urgente para el nuevo mandatario, a ojos de los ciudadanos, es retomar la confianza de un país partido en dos por la política y, al mismo tiempo, mejorar el ritmo de la actividad económica para romper el círculo vicioso instalado hace algunos años, como señala el empresario Marcio Nahas, que también tiene un negocio en la calle del 25 de Marzo. “El desempleo creció. Con más gente sin trabajo se vende menos en las tiendas. Y con ventas inferiores, los empresarios tuvieron que recortar”, comenta Nahas, dueño de una tradicional tienda de tejidos, cercana al quiosco de Lima, y que explica que tuvo que reducir un 30% de su plantilla para sobrevivir a los tiempos difíciles.

En total, Brasil suma 12,7 millones de personas sin empleo con una tasa de paro del 12,1%. Cuando cuatro años atrás se celebraron elecciones, el paro era del 4,8% y el país se complacía en tener una situación de pleno empleo. Hoy ese pasado parece un espejismo. En el camino estallaron algunos problemas fiscales que afloraron una burbuja en el mercado de trabajo. Entre estas medidas destacan subvenciones fiscales a las empresas con el intento de incentivar el consumo, e inversiones públicas equivocadas del Ejecutivo de Dilma Rousseff (que gobernó entre 2011 y 2016, cuando fue destituida por el Congreso). Ambos incentivos ampliaron los gastos públicos sin una contrapartida en términos de recaudación fiscal.

La deuda pública pasó de un 55,4% del PIB en 2014 a un 77,3% este año, según los cálculos del Banco Central de Brasil. Por la metodología del Fondo Monetario Internacional (que incluye los títulos del Tesoro como garantía de compromisos), el cuadro clínico es aún más agudo, con un 85,92% (dato de agosto) de deuda sobre el PIB. Esa es otra espada en la cabeza del próximo presidente. Se trata, según los expertos, de una bomba de relojería que puede estallar y profundizar el marco negativo de la economía si los ajustes no se realizan a tiempo. Ya son cinco años en que Brasil no logra alcanzar un superávit en las cuentas públicas. Aunque haya congelado los gastos públicos en 2017.

El déficit primario esperado para este año supera los 31.000 millones de euros, cifra equivalente a un 2% del PIB, y la expectativa para 2019 es que el resultado siga siendo negativo. “Sea quien sea el próximo presidente de Brasil, encontrará una situación extremamente frágil”, alerta el economista Claudio Frischtak. Y no hay milagros para revertir la situación a pesar de que así se ha prometido durante la campaña electoral. Bolsonaro, por ejemplo, asegura que llevará a cero el déficit en 2019 sin subir los impuestos, algo que demandaría un crecimiento de un 4,5%. “Eso es imposible”, sentencia Frischtak. Por su parte, Haddad tiene propuestas de inversión pública en sectores que emplean mucha mano de obra, como las infraestructuras, algo que ayudaría a crear una ola de optimismo para que crezca el consumo y la recaudación del Gobierno.

Aspecto de una de las principales calles comerciales de São Paulo. Aspecto de una de las principales calles comerciales de São Paulo. 

Reforma de las pensiones

Independiente de cuál sea la solución a corto plazo, los economistas consultados por EL PAÍS coinciden en apuntar la reforma de las pensiones como la base para una transformación sólida en Brasil. La caída de la natalidad y la mayor esperanza de vida han invertido la pirámide demográfica. El sistema es difícilmente sostenible sin cambiar las matemáticas. En 2017 el déficit de la caja de las pensiones era de 63.000 millones de euros, un 18,5% superior al de 2016. “La reforma del sistema de pensiones es la espina dorsal de un ajuste fiscal”, defiende Zeina Latif, economista jefe de la XP Investimentos. “Es prioritaria una agenda de ajustes. Si no hay un sentido de urgencia en este tema, el precio a pagar será muy alto”, añade.

Los cambios en materia de jubilación no son fáciles en ningún país, y Brasil no iba a ser la excepción. El actual presidente, Michel Temer, intentó avanzar en esta materia y el Congreso en un principio le dio su apoyo. Pero en las vísperas de un año electoral este apoyo se evaporó porque la reforma suponía aprobar medidas impopulares en un momento en que muchos se jugaban la reelección (las elecciones parlamentarias se celebraron el 7 de octubre, coincidiendo con la primera vuelta del sufragio presidencial). En este contexto de intereses cruzados, la reforma quedó en el cajón a la espera de lo que decida el próximo presidente.

La legislación actual establece que los brasileños se pueden jubilar en función del periodo de contribución a la seguridad social —30 años para mujeres y 35 para hombres—. Por lo tanto, quien empezaba a trabajar a los 16 o 18 años lograba jubilarse antes de los 50, con edad productiva por delante. La propuesta de Temer era fijar una edad mínima de retiro de 53 años para las mujeres y de 55 años para los hombres, y subir ese límite hasta los 62 y 65 años, respectivamente, a lo largo de dos décadas.

Sin embargo, más del 70% de los brasileños está en contra de la propuesta, según una encuesta reciente, lo que demuestra que no será un asunto fácil tampoco para el próximo Gobierno. Hasta el momento, los planteamientos de los candidatos en esta materia son superficiales. Los dos han dicho que buscarán iniciativas diferentes a la de Temer. Bolsonaro, por ejemplo, quiere seguir el modelo de capitalización, como el que adoptó Chile, con la posibilidad de que un trabajador opte por un plan de pensiones privado. Haddad ha defendido que se combatan los privilegios de los que reciben pensiones muy altas —políticos, militares, entre otros— y fía a la recuperación de la economía el equilibrio en la caja de las pensiones, ya que un crecimiento mayor supondría más puestos de trabajo y un aumento de las cotizaciones.

Desigualdad galopante

En las últimas décadas Brasil ha logrado reducir de forma notable la tasa de pobreza. Sin embargo, sigue siendo un país muy desigual desde el punto de vista económico. Las seis mayores fortunas del país acumulan una riqueza equivalente a los recursos que poseen los 100 millones de habitantes más pobres, según un informe publicado por Oxfam International.

Desde el inicio del proceso electoral, el mercado financiero brasileño apuesta por Bolsonaro como el candidato más preparado para conducir las reformas de calado que necesita el país. Con cada encuesta en la que el exmilitar aparecía por delante, la Bolsa brasileña subía y el dólar caía frente al real, la moneda del país. Diputado hace 28 años con ocho partidos distintos, el ultraderechista colecciona polémicas y no mide sus palabras, con discursos belicosos para atacar a sus oponentes. “Vamos a fusilar a petistas [los miembros del PT]”, dijo en un mitin. “Vamos a barrer a los rojos de Brasil. O irán presos, o se van al exilio”, lanzó el pasado domingo, lo que llevó al delirio a sus seguidores. Ni su fama de machista y homófobo le han quitado puntos ante los inversores. La narrativa agresiva le otorga, a los ojos de quien lo apoya, una autoridad que sería fundamental para promover los cambios profundos que la economía requiere.

Bolsonaro ha incluido en su equipo a Paulo Guedes, un economista liberal que pasó por Chicago, que es visto como la panacea para todos los males de la economía. Bolsonaro apunta a que será su ministro de Economía, y promete incentivar el libre mercado, las privatizaciones y un ajuste fiscal severo. Todo eso ha provocado que los inversores vean con buenos ojos su candidatura. “El mercado vive una luna de miel con Bolsonaro”, reconoce Silvio Cascione, de la consultoría Eurasia. “Pero este idilio puede ser más corto de lo que se imagina”. La advertencia de este experto se basa en que no hay soluciones rápidas para los problemas complejos de Brasil. También es una incógnita la reacción de la sociedad cuando se dé cuenta de que el plan de este candidato es proseguir un ajuste que, en la práctica, les recortará derechos. Por el contrario, en ese juego de equilibrios que tendría que efectuar en caso de llegar a la presidencia, sus respuestas podrían no estar a la altura de sus promesas, decepcionando con ello al mercado.

Más cambios

Los agentes económicos esperan que el próximo presidente haga también otras reformas, como la tributaria. Y que fortalezca una agenda de cambios para que el Estado sea más eficaz y mejoren las inversiones productivas. De una tasa de inversión del 20,4% del PIB en 2014, Brasil pasó a un 15,6% en 2017, muy lejos de las necesidades para lograr un crecimiento sostenible. Difícil deslindar de este menor gasto la crisis política que estalló con las investigaciones de Lava Jato sobre Petrobras. Las empresas de construcción e infraestructuras se vieron implicadas en las denuncias de soborno, y el país vivió un efecto dominó. Todo se estancó. “Vivimos una crisis política que no fue totalmente resuelta con la destitución de Rousseff”, recuerda Silvia Matos, de la FGV.

La parálisis económica contaminó también el comercio exterior de Brasil. Las exportaciones cayeron de 256.000 a 225.000 millones el año pasado. “No sabemos cómo va a terminar la guerra comercial entre China y Estados Unidos y eso nos afecta”, comenta José Augusto Castro, presidente de la Asociación Brasileña de Comercio Exterior. “A ello hay que añadir que Argentina atraviesa una crisis severa, y no hay mercado que pueda suplir su menor actividad”, dice. Bolsonaro ha recordado que hay que profundizar las relaciones con EE UU, hoy el segundo socio comercial de Brasil, después de China. Argentina es el tercero. Eso puede dejar en segundo plano el proyecto de expansión de los países emergentes (BRICS), que fue perseguido por los diferentes Gobiernos del PT (2003 a 2016). El candidato conservador también hizo gestos de aproximación con el presidente argentino, Mauricio Macri, y con el presidente chileno, Sebastián Piñera, indicando por dónde puede caminar su diplomacia.

Sin embargo, otras decisiones necesarias para darle soporte a los cambios económicos pasarán por el Congreso, que se estrenará en enero de 2019 con una renovación inédita de un 50% de los 513 escaños y con 30 partidos representados. Con la popularidad en alza, Bolsonaro logró obtener 52 diputados para su partido, el Partido Social Liberal (PSL). Ganó también el apoyo de otros grupos que se identifican con él, como los ruralistas, evangélicos y los diputados que apoyan que la población se pueda armar. Tendrá, sin embargo, que negociar con todos los colores, incluido el propio PT, que sacó 56 diputados, la mayor bancada de la Cámara baja. “La credibilidad de un Gobierno de Bolsonaro solo se cimentará si existe una buena relación con el Congreso”, dice Frischtak.

Ahí empiezan las dudas sobre el futuro de un eventual Gobierno ultraderechista. “No veo a Bolsonaro con facilidad para controlar el Congreso”, dice Sergio Vale, economista de la MB Associados. Como él, Silvia Matos teme que las reformas necesarias para impulsar la economía no sean aprobadas. “Esa es de las mayores incertidumbres del mercado”, dice Matos. La población que lo apoya mayoritariamente, sin embargo, pone todas sus ilusiones en que la mano dura traiga el optimismo de vuelta al país. Si las encuestas son correctas y Bolsonaro gana, la verdad empezará a conocerse en enero del próximo año.

Fuente: El País